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Encontré a Cristo en el Corán. Mario Joseph.

En Encontré a Cristo en el Corán un antiguo imán musulmán originario de Bengala, en la India, nos explica su camino vital hasta abrazar a Cristo como su Salvador. Mario Joseph nos habla de su infancia, de las prácticas musulmanas que no entendía, de su temprana fascinación por Jesús, alimentada por los relatos que sobre Él y su Madre recoge la tradición musulmana, su entrada en una escuela coránica, su decisión de conocer a Jesucristo y su huída de su propia familia. Y lo hace con un tono entusiasta, con el tono del que ha encontrado un tesoro y exulta de alegría y agradecimiento. No busquen una biografía al uso, rigurosa y detallada, ni una escritura virtuosista: Mario Joseph nos entrega un testimonio vibrante, un poco desordenado, repleto de digresiones movidas por ese entusiasmo de quien se siente muy amado por Dios.

El libro, de hecho, es una especie de collage que recoge las vivencias del autor junto a reflexiones diversas. Abundan las relativas al modo en como los musulmanes viven el Islam, una visión desde dentro que nos aporta interesantes matices. Asimismo, Mario Joseph introduce frecuentes comentarios de carácter teológico, algunos, piadoso, otros. Estos últimos, que suelen aparecer en la estela de alguna vivencia, exhalan fervor. También son frecuentes las historias que encierran un mensaje, especie de parábolas, todas ellas con un aire oriental muy característico que nos traslada al modo de predicar en la cultura india y bengalí.

Entre los pasajes más estrictamente teológicos, creo que hay que distinguir. Por un lado nos encontramos con un capítulo, en el que resume qué es el Islam, muy conseguido y que podría leerse de forma independiente, casi como un folleto bastante bien logrado y veraz (no en vano el autor fue un imán musulmán, se nota que sabe de qué está hablando). Las reflexiones sobre otras religiones son bastante más superficiales y su visión teológica del puesto que ocupa la religión cristiana y Cristo en relación a las otras religiones se desliza peligrosamente hacia un sincretismo en el que todo es bueno.

En definitiva, estamos ante un libro que es ante todo un fervoroso testimonio, una llamada a amar a Cristo, con un estilo muy peculiar, abundantes reflexiones piadosas y aportaciones teológicas dispares.

Encontré a Cristo en el Corán. Mario Joseph. Libros Libres. 230 páginas.

Ronald Knox. Evelyn Waugh.

Al escribir la biografía de su amigo Ronald Knox, Evelyn Waugh cumplía al mismo tiempo con su tarea de albacea literario y de fino escritor en un ámbito, el biográfico, en el que a pesar de no ser el que más cultivó, ya había incursionando.

Ronald Knox fue un hombre notable: hijo del obispo anglicano de Manchester, alumno de Eton y Oxford, famoso escritor y conferenciante, converso a la Iglesia Católica, capellán católico en Oxford, fino literato, traductor de la Biblia. De hecho, esta biografía se lee casi tanto como un retrato de la vida de la elite intelectual británica de la primera mitad del siglo XX como un semblante del propio personaje. De este modo conoceremos la vida universitaria, los formalismos y las inquietudes de esos círculos, los estragos de las guerras mundiales, especialmente de la Primera, las dificultades para abandonar un entorno, prestigioso, por otro, el de la Iglesia Católica, con evidentes limitaciones humanas, o los enfrentamientos clericales en torno a la traducción de la Biblia al inglés.

Waugh nos deja una obra valiosa, que interesará especialmente a las personas interesadas en la época y el país de los que formó parte Ronald Knox. Sin embargo, quienes busquen al Waugh brillante, incisivo y mordaz, no encontrarán casi rastro del mismo: el autor está preciso, comedido, respetuoso y opta por desaparecer en una obra que resulta pulcra pero en la que los lectores de Waugh pueden echar en falta su característica chispa.

Ronald Knox. Evelyn Waugh. Palabra. 376 páginas

San Francisco de Asís. G. K. Chesterton

Es muy difícil catalogar el estilo de Chesterton, porque es como un huracán que nos arrastra con él. Nada de lo que sale de su pluma es predecible y cada página se convierte en una sorpresa. Y, quizás una de las cualidades del gran autor inglés, consiste en que no inventa nada, sino que deja que las cosas, o en este caso la historia, se muestre tal como es.

Chesterton es un escritor con una notable imaginación, pero en él esta no está loca, como diría santa Teresa, sino que alimenta a la razón. Por eso la inteligencia sale reforzada y las cosas y los hechos, apreciados en sus justos detalles, nos descubren su sentido. Tampoco Chesterton es un hombre de complicados razonamientos. Si a veces nos puede parecer enrevesado es sólo porque la palabra, o mejor el juicio expresado en las frases, se ajusta de manera sorprendente al dato. Estamos tan acostumbrados al desajuste entre lo que conocemos y lo que expresamos y a la distancia, para algunos insalvable, entre lo dicho y lo que se intenta expresar, que Chesterton nos descoloca. Aunque sería mejor decir que nos coloca de nuevo ante la verdad desnuda.

 

Como todos los libros de Chesterton, esta biografía sobrepasa su objeto. Trata de san Francisco, y consigue que nos interesemos por conocer mejor al fraile que conmocionó el siglo XIII e influyó de forma decisiva en la historia. Chesterton señala que ese es también su deseo, que nos tomemos en serio al fraile y, por lo mismo, abandonemos la caricatura que se ha hecho de él. Pero, al narrar una vida singular, que es totalmente extraordinaria, el autor nos lleva a consideraciones que son universales y válidas para todos los tiempos. Nos muestra, por ejemplo, que el natural uso de la razón que hicieron los griegos, y que nosotros aún admiramos, adolecía de un defecto interno que no llegaron a descubrir y que les fue mostrado por el evangelio: el pecado original. Y, también nos hace caer en la cuenta de que la “oscura” Edad Media fue un tiempo de ascética para que el hombre pudiera liberarse de los demonios de la naturaleza y emprender una vida libre. Ese fue el trabajo de aquellos siglos, oscuros para quienes rechazan esa libertad, y cuya fuerza estalló en el poverello de Asís.

 

Chesterton escribió esta biografía, que no confunde a san Francisco con un naturalista ni un panteísta sino que nos muestra que amaba a todas las criaturas porque amaba a Dios, de la misma manera que trató a todos los hombres con una delicadeza inusitada, incluso a los bandoleros y a sus enemigos, porque se sabía servidor de todos. Lo pudo hacer porque en él la capacidad de asombro nunca quedó obnubilada ni por la pedantería ni por la lógica que reniega del misterio y vuelve locos a los hombres. Como el mismo señala “Los hombres no quieren creer porque no quieren ensanchar el pensamiento”, de ahí la tendencia a suprimir lo sobrenatural, como se ha hecho respecto a los estigmas u otros hechos milagrosos de san Francisco, y la necesidad de retornarlo al lodazal en que nos hayamos inmersos.

 

En esta magnífica biografía se nos muestra al verdadero san Francisco, al enamorado de Dios, al hombre que reconoce que Dios es su Padre y quiere compartir los sufrimientos de Jesucristo, que trabaja en la edificación de la Iglesia y que nos enseña a relacionarnos con los hombres y con toda la naturaleza de una manera más perfecta, porque conoce la redención.

 

Se trata de un relato breve, pero que muestra tan gran percepción que no sólo nos da a conocer la vida de un santo sino que abre nuestro pensamiento a inmensos horizontes.

 

San Francisco de Asís. G. K. Chesterton. Homo Legens. 179 páginas

 

Publicado por David Amado

 

Edmund Campion. Evelyn Waugh

En el imaginario común hay una idea, más o menos borrosa, de lo que pudieron ser los abusos de la Iglesia católica en otras épocas. Por lo general nos referimos a ellas acudiendo a lugares lejanos y a fechas poco exactas. Los relatos, o la idea que se tiene de ellos, porque nos llegan fragmentariamente y más proceden de un eco que no de una fuente inmediata, también, en la mayoría de los casos, están llenos de imprecisiones y, con frecuencia, barajan la conjetura y la suposición. Todo ello no ha impedido que sean recibidos acríticamente y ocupen hoy, en la era de la información, un lugar en la mente de muchos.

Sorprende, por el contrario, que los grandes hechos de la Iglesia, y sus héroes, muchas veces adornados también con la santidad, sean prácticamente ignorados y la información que se tenga de ellos se reduzca, prácticamente, a la que podemos encontrar en los calendarios. En España, por ejemplo, es muy ignorada la persecución que sufrieron los católicos ingleses en el siglo XVII. Se prohibió el culto católico, se expropiaron bienes eclesiásticos, algunos obispos y sacerdotes abandonaron la Iglesia por presiones o ambición y siguieron el camino iniciado por Enrique VIII, al separarse de Roma. En época de la reina Isabel se acentuó la presión sobre quienes permanecían fieles a la fe de sus padres. Hubieron de pagar multas por no acudir a las celebraciones anglicanas, vivieron bajo sospecha y, en muchos casos, se confiscaron sus tierras. Pero la página más gloriosa, que es la que ha hecho pervivir el catolicismo en aquellas islas, la escribieron los mártires.

 

Edmund Campion era un joven brillante que se había marcado un exigente plan de estudio para triunfar en este mundo. Tenía todas las puertas abiertas para acomodarse en la corte de la reina Isabel y obtener beneficios. Pero su inteligencia topó, en el estudio de los padres de la Iglesia, con una objeción: la iglesia que veía en su país se había separado de la fe de los primeros siglos. Podía haberse mantenido en el camino de la ambigüedad y del posibilismo pero su conciencia le condujo a Douai (Países Bajos), donde ya algunos compatriotas suyos de preparaban para el sacerdocio. Muchos de ellos, unos veinte al año, volvían a las islas y conocían el martirio. Conforme se acentuó la persecución celebrar misa, oír confesión o facilitar la celebración de dichos sacramentos conllevaba cárcel, tortura y muerte.

 

Edmund Campion sacerdote jesuita regresó a su patria donde se hizo famoso por la publicación de un Alarde, en el que exhortaba a los teólogos anglicanos y a la misma reina a discutir con él sobre temas de fe con la certeza de que los sacaría del error y los conduciría de nuevo a la Iglesia. Durante años su vida se desarrolla en la clandestinidad, ocultándose en las casas de los recusantes, atendiendo a los fieles que sobrevivían en secreto, y alimentándolos con la predicación y la Eucaristía. Su nombre es el más famoso de tantos sacerdotes y laicos que derramaron su sangre en la Inglaterra del siglo XVII. Siendo la biografía de un solo hombre, Evelyn Waugh, consigue que empaticemos con todos aquellos hombres que vivieron heroicamente su fe. No temieron el martirio y, sin más fuerza que la que emana de la fe en Jesucristo, pusieron en jaque todo un reino.

 

Evelyn Waugh es uno de los más celebrados escritores ingleses del pasado siglo y su maestría no deja de notarse en esta obra, escrita al poco tiempo de su conversión al catolicismo.

 

Edmund Campion. Evelyn Waugh. Homo Legens. 267 páginas

Publicado por David Amado

Josep Torras i Bages. Eduardo Arroyo

Vivimos en un país desagradecido y, por desgracia, acomplejado: no puede entenderse de otro modo el silencio que cae sobre la mayor parte de nuestros hombres de talla universal. Y entre ellos, Torras i Bages no es el menor. Si en vez de haber nacido en un pequeño pueblo cercano a Vilafranca del Penedés y de haber pasado la mayor parte de su vida en Vic hubiera nacido en, pongamos, Francia o Inglaterra, su nombre sería citado por doquier (en cuanto a su lectura, ésta ni siquiera está asegurada para los de allende los Pirineos). En cualquier caso, Eduardo Arroyo llega a nuestro panorama editorial cargado de entusiasmo a vindicar la figura del que fue calificado como patriarca espiritual de Cataluña y que, sin lugar a dudas, merece un lugar destacado en nuestra memoria. Bienvenida sea esta iniciativa.

Arroyo nos presenta pues una biografía breve pero completa, que se lee de corrido y nos deja con las ganas de conocer más del biografiado (objetivo éste, creo yo, inconfeso pero último del autor). La biografía se divide en dos bloques: uno primero más cronológico y que atiende a los, digamos, hechos externos de la vida de Torras i Bages; mientras que el segundo aborda su trayectoria intelectual, deteniéndose en los aspectos más relevantes del pensamiento del obispo de Vic. Arroyo siempre mantiene el ritmo que necesita una buena narración, sin detenerse en detalles excesivos pero sin caer en la superficialidad, guiado en todo momento por un entusiasmo que contagia y que se trasluce en cada frase.

Además de su entusiasmo, el autor demuestra conocer en profundidad la vida y obra de Torras i Bages. Es más, respeta al biografiado, lo que no es tan frecuente. Nos explicaremos: abundan en las modernas biografías las relecturas, las interpretaciones, los juicios hechos desde parámetros contemporáneos, lo que suele deformar al biografiado de tal modo que si pudiera salir de su tumba no se reconocería a sí mismo. El gran acierto de Eduardo Arroyo es presentarnos a Torras i Bages tal y como era, tal y como se veía a sí mismo. Esto es, en primer lugar y por encima de todo, a un sacerdote, un pastor de almas dispuesto a lo que fuera por salvarlas, un hombre fiel al Papa (sus diversos viajes a Roma así lo atestiguan). Si se desconoce esta dimensión espiritual y pastoral se cae irremisiblemente en la caricatura y la mistificación.

El segundo gran escollo en relación a Torras i Bages es su postura política y su relación con el entonces naciente nacionalismo catalán. Una mirada atenta a su obra nos muestra que, siempre de acuerdo con las enseñanzas del magisterio católico, Torras defiende un regionalismo muy vinculado a la experiencia vital del pueblo, campesino, del que siempre se sintió parte, y animada en todo momento por la religión católica. No puede extrañar, pues, su probado amor a España que nace del amor a Cataluña; en definitiva, el sentir común a lo largo de siglos entre los catalanes, por extraño que pueda parecerles a algunos. Destacar también el interesantísmo capítulo dedicado a las ideas estéticas del obispo, plasmación de su sólida formación tomista y su preocupación por la transmisión de la fe católica.

Hay que agradecer al editor la profusión fotográfica que nos acerca aún más si cabe a la vida de Torras i Bages y nos ayuda a comprenderlo mejor. Y al autor, pedirle que siga divulgando la figura del obispo de Vic; esperamos que esta biografía sea el punto de partida de una renovada atención a su magna obra. A tenor de lo leído en esta obra, estamos seguros de que valdrá la pena este redescubrimiento.

 

Josep Torras i Bages. Eduardo Arroyo. Infiesta Editor. 96 páginas.

 

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