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Asesinato en la catedral. Thomas Stearns Eliot

La editorial Encuentro publica, de nuevo, la obra de teatro en la que el gran poeta Eliot, trató sobre el martirio de Tomás Becket. Son varios los temas que, al hilo del enfrentamiento entre Enrique II Plantagenet y el arzobispo de Canterbury, desarrolla el autor. Tenemos el tema de la libertad de la Iglesia, que en el siglo XII, se planteó bajo la forma de la “lucha de investiduras” y que en las islas británicas se concretó en las Constituciones de Clarendon, con las que el monarca intentaba limitar los derechos eclesiásticos.

Sobre ese trasfondo, aparece la figura de Becket, primero amigo y Gran Canciller y después arzobispo perseguido por el rey. El drama lo sitúa Eliot a la vuelta del exilio, de siete años, de Becket en Francia. El coro de mujeres (importantísimo en la obra), representa al pueblo que intenta evitar la confrontación y se contenta con el malvivir de la tranquilidad: “hemos vivido varias tiranías/ pero a menudo nos dejan a nuestro arbitrio/ y estamos contentos si nos dejan en paz”.

 

Así Eliot, muestra la soledad del obispo, que sólo puede apoyarse en Dios, lo que defiende es la Iglesia. Ni sus sacerdotes, ni la gente del pueblo lo comprenden, mientras los poderosos de este mundo intentan ganarlo para su causa. Eliot ahonda en el tema de las tentaciones, no sólo sensuales o de ambición, sino incluso espirituales. Todas han de ser rechazadas para que la paz de Jesús que trajo con su encarnación, y que es glosada en la homilía de Becket con motivo de la Navidad, se manifieste en su plenitud a pesar de la aparente contradicción, “porque el verdadero mártir es aquel que ha llegado a ser instrumento de Dios, y nada desea ya para sí mismo, ni siquiera la gloria del martirio. Así es como en la tierra la Iglesia llora y se regocija a un tiempo de una manera que el mundo no puede comprender”.

 

Tomás Becket muere asesinado, testimoniando la verdad de la conciencia frente a la del poder político, que intenta justificarse en los argumentos de sus asesinos (otra genialidad de la obra). Frente a todos los argumentos que intentan mostrar que fue la tozudería del prelado, su incapacidad para el diálogo o incomprensión del momento histórico, aparece el clamor del martirio, “porque dondequiera que vivió un santo, dondequiera que un mártir dio su sangre por la sangre de Cristo,/ la tierra se hace sagrada y su santidad no desaparecerá, aunque los ejércitos la pisoteen, aunque lleguen viajeros a visitarlas, con la guía en la mano,/…”. En la aparente impotencia se manifiesta el poder de Dios y el pueblo, capaz de reconocer el valor del signo, comprende ahora el sentido de la historia, y puede seguir viviendo en la libertad de la Iglesia, la que nos ha ganado Cristo y aquella por la que dio su vida el mártir inglés.

 

Asesinato en la catedral. Thomas Stearns Eliot. Encuentro. 95 páginas

 

Publicado por David Amado

 

Alba triunfante. Robert Hugh Benson

Benson escribió una magnífica novela, El señor del mundo, cuya actualidad nos lleva a recomendarla a todos los que no la hayan leído. También fue publicada por Homo Legens, y en ella trata del advenimiento del anticristo. Con un buen conocimiento de las Escrituras y percepción profunda de los movimientos sociales e ideológicos de su época (finales del XIX y principios del XX), Benson intuye la forma que tomará la rebelión contra Dios y la lleva a la ficción. La alegoría, en estos tiempos de Obama y globalización, resulta tan atrayente como inquietante.

 

Señala el autor en el prólogo que El señor del mundo sumió a algunos católicos en un cierto pesimismo. Ciertamente apunta que fue “depresión y desaliento para los cristianos optimistas”. Los que simplemente vivimos esperanzados no nos deprimimos por lo que imagina Benson, pues entendemos que la victoria de Jesucristo es total y definitiva por más que la Iglesia deba pasar por terribles pruebas. Es por ello que Hugh Benson decidió, manteniendo el género parabólico, suponer que ocurriría si el mundo en vez de seguir el desarrollo del pensamiento moderno avanzara en dirección contraria. Fruto de esa idea es Alba naciente.

 

La novela no tiene la grandeza de su predecesora pero resulta interesante porque es uno de los pocos intentos de describir un mundo totalmente católico en el que las ideologías contrarias a Dios desaparecen y universalmente se reconoce a la Iglesia. Sólo por ese motivo merece ser atendida. Conviene, antes de adentrarse en su lectura, leer el prólogo de Sergio Gómez Moyano, en el que se distingue entre el dogma y las aplicaciones concretas del catolicismo, en esa sociedad imaginada en la novela, propuestas por Benson. Como le sucede al protagonista, monseñor Materman, nos es más fácil ver a la Iglesia perseguida que no reinante. Era también la concepción de Benson, y no deja de percibirse en el modo de tratarse ciertas cuestiones.

 

Por otra parte hay intuiciones que resultan interesantes, como la superación del conflicto entre ciencia y fe, o qué sucedería en un país en la que la ley divina lejos de ser postergada se convirtiera en luz capaz de influir en el derecho nacional y en las formas de regular la convivencia. No se obvia el tema de la libertad que deberían tener los no creyentes y su modo de ordenarla. Y, aunque las soluciones propuestas nos puedan resultar chirriantes en algunos puntos, Benson nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre puntos que, frecuentemente, ladeamos y a los que no prestamos atención. Sin llegar al futuro propuesto en la novela sirve, por ejemplo, para pensar sobre qué debería o no esperan un católico de la política y qué puede, o no, exigir a sus representantes cuando estos se confiesan hijos de la Iglesia. Pero no deja de ser una novela y como tal ha de ser tratada.

 

Alba triunfante. Robert Hugh Benson. Homo Legens. 462 páginas

Publicado por David Amado

Señor del mundo. Robert Hugh Benson

Hugh Benson es un autor al que, no se sabe por qué (¿o sí?) las editoriales han relegado al olvido. De vez en cuando, como es el caso, aparece una reedición de esta gran obra, escrita a principios del siglo XX, pero que es de una gran actualidad. Trata del Anticristo.

Mientras algunos escriben obras sobre el tema desconociendo totalmente los datos de la revelación y poniendo más imaginación y mala baba que inteligencia, Benson consigue, sin dejar la ficción, un retrato bastante plausible del que será el postrer enemigo de Jesús.

No será un tipo feo, ni tendrá garras de buitre ni pezuñas de asno. Tampoco es probable que le dé por la antropofagia. Probablemente frecuentará buenos restaurantes, vestirá elegantemente y gustará de la comodidad.

A lo más prescindirá del tabaco y fumará con moderación. Parece que las primeras campañas contra el tabaco las iniciaron un grupo de puritanos a los que no parecía bien que cuando Jesucristo volviera en toda su gloria los encontrara fumando. Creo que la idea ya no es la misma.

Con talento nos presenta el autor al señor Felsenburg que fundamentalmente es un pacificador al que encanta establecer alianzas entre civilizaciones, las cuatro que quedan para cuando aparece, y declara la guerra a la Iglesia Católica. Porque el católico no está para adorar al hombre, ni a la razón o la naturaleza, sino sólo a Dios.

De esta obra dice el gran crítico inglés Joseph Pearce que “Señor del mundo merece un lugar junto a Un mundo feliz y 1984 entre los clásicos de la distopía de ficción. De hecho, aunque las obras maestras de Huxley y Orwell son equiparables en valor literario, son claramente inferiores en valor profético. Los dictadores políticos que daban a la novela-pesadilla de Orwell su siniestra potencia ya tuvieron sus días. Sin embargo, la novela-pesadilla de Benson se está haciendo realidad ante nuestros ojos”.

Benson, convertido al catolicismo y que acabó siendo sacerdote, fue considerado uno de los mejores escritores ingleses de su época. El tiempo (¿sólo él?), lo ha sepultado. Es como decir que a los muertos los sepulta la tierra.

Pero es un genio a la hora de describir el relativismo filosófico que acabará dominando el pensamiento, así como la paz al precio de la verdad y la justicia o la persecución religiosa en nombre de la tolerancia. Es la sociedad de la eutanasia y del control mental colectivo, de la vida sin problemas pero carente de sentido, del culto vacío… pero también el tiempo en que la Iglesia, terriblemente reducida, ha de dar el postrer testimonio de fidelidad en su Salvador.

Quien lea la obra encontrará muchos paralelos y claves para entender lo que hoy sucede y, sin mucho esfuerzo, para comprender la actitud de la Iglesia, acusada de ir contra el mundo cuando es él, lo tomo en el sentido que lo emplea san Juan en el Evangelio, quien se ha alzado contra Dios.

Además de servir para recuperar a un autor injustamente olvidado, la obra por su calidad estilística y por el acierto en el tratamiento del tema (lo de menos es que Benson no llegara a imaginar el progreso técnico de nuestros días), merece ser leída. Quizás a partir de los 18 años. Y lo que no se entienda se pregunta a quien pueda responder.

Señor del mundo. Robert Hugh Benson. Homo Legens. 336 páginas

Publicado por David Amado

La última escapada. Michael O’Brien

Como la reseña puede resultar algo pesada vaya por delante que es un libro verdaderamente útil para los padres a los que preocupe verdaderamente la educación de sus hijos.

 

Esta novela de Michael O’Brien será comprendida por algunos lectores, y resultará exagerada para una mayoría. Es el precio que paga el realismo en nuestra época. Se podrá decir que las cosas no han llegado al punto que señala el autor pero, sin duda estamos a las puertas. Como novela el autor tiene derecho a imaginar situaciones extremas, aunque hemos de reconocer que, finalmente, sólo es cuestión de detalle. Porque el argumento de la novela desarrolla algunos de los postulados por los que se rige nuestra sociedad y extrae las consecuencias. Es un ejercicio de lógica planteado en el ámbito de la ficción pero no por ello menos concluyente.

 

Nathaniel Delaney es un padre de familia, separado de su mujer, que dirige un periódico local. No posee dotes excepcionales pero sí algunas características interesantes: quiere verdaderamente a sus hijos y tiene un sentido de la naturaleza de las cosas que no ha sido corrompido. Podemos ver que le faltan algunas virtudes e incluso que posee defectos pero su visión global de las cosas no contradice la experiencia diaria del hogar ni del trabajo. Pero, ¿puede un hombre así sobrevivir en un mundo artificioso lleno de virtudes cívicas en el que el pensamiento dominante lo empapa todo y, en nombre de la libertad, reduce el ámbito de las decisiones personales?

 

O’Brien sitúa varios planos. Uno puede es más general y puede parecernos lejano, pues habla de gobiernos que deciden en secreto cosas que van a influir decisivamente en la vida de los ciudadanos. Pero también habla de las consecuencias directas de ese modo de proceder, y ahí puede reconocerse el lector. ¿Qué sucede, por ejemplo, con los temarios de educación sexual que imparten en las escuelas? ¿Cómo encajar que el sistema, de manera aparentemente anodina, desplace a los padres de sus derechos a la educación y los convierta en meros colaboradores del Estado?

 

Nathaniel se ve obligado a tomar una decisión. El argumento trepidante, acompañado de diálogos luminosos y reflexiones del protagonista, no nos impide la reflexión personal. A diferencia de otros thrillers en los que o bien admiramos a los héroes o bien los miramos con divertido escepticismo, lo que O’Brien plantea nos obliga a pensar sobre nuestro mundo, nuestra familia y nuestro propio destino. Lo circunstancial aquí resulta poco importante, porque no se trata de conflictos globales que suceden lejos de nosotros y en los que no participamos, sino que afecta a lo cotidiano de nuestra vida. Los disidentes de hoy no huyen a la montaña y organizan una guerrilla o una comunidad utópica, sino que viven en nuestras ciudades desactivados por la burocracia.

 

La última escapada es una historia de suspense que denuncia el totalitarismo encubierto y nos ofrece una salida, que es heroica y que pasa por el amor a la familia y el descubrimiento de lo que realmente importa. Como nos sucedió El Padre Elías ni nos defrauda su lectura ni nos deja indiferente su mensaje.

 

La última escapada. Michael O’Brie. Libros Libres. 295 páginas

Publicado por David Amado

El pretendiente americano. Mark Twain

Escribió Hemingway que “toda la literatura moderna parte de Mark Twain. Antes no había nada“. Aunque la segunda afirmación es ciertamente discutible, lo cierto es que la frescura, ritmo e ingeniosidad que Mark Twain demuestra en El pretendiente americano son argumentos poderosos en favor de la primera.

En efecto, estamos ante una obra desternillante; de hecho este es su carácter más destacado: es divertidísima y quien esto escribe ha de confesar que, en diversas ocasiones, no ha podido reprimir una risa persistente. Twain despliega un arsenal de recursos amplísimo para hacernos disfrutar de una obra que, sin mayores pretensiones, consigue aprisionarnos en una gozosa espera de la próxima pirueta con la que el autor nos va a sorprender. Porque el relato es delirante y la trama inverosímil, más propia de un concurso de jóvenes ebrios para ver quién puede darle una vuelta de rosca más a un argumento que ha perdido ya toda cordura. Y que sin embargo Twain maneja con destreza, valiéndose de jugosos diálogos y de certeros comentarios y descripciones de personajes, mostrando una vez más una maestría que asombró a su tiempo y que no ha perdido nada con el paso de los años (a menudo suena más fresca y actual que la mayoría de escritores de hoy en día).

La novela trata de las pretensiones de la rama familiar norteamericana sobre un condado inglés y de la voluntad del heredero inglés del condado en disputa de abandonar sus privilegios aristocráticos para hacerse un hombre común. Con estos elementos y con la ayuda de unos estrafalarios personajes con los que uno acaba simpatizando, Twain arma una novela de enredo que, no obstante, aborda, aunque sea de modo desenfadado, algunos aspectos serios, tales como la falta de realismo del democratismo o la superchería de ciertas prácticas espiritistas en boga por aquellos años.

Pero insisto, estamos ante una obra que es ante todo pura diversión, puro goce. Uno no puede alimentarse sólo de esto, pero una dieta literaria en la que esta dimensión primordial del disfrute faltase quedaría gravemente afectada.

El pretendiente americano. Mark Twain. Navona. 246 páginas.

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