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Nuestros favoritos

Esto no es un canon estricto, sino una sugerencia, que pretendo ir actualizando, con los libros que yo recomendaría a un amigo (bueno, en realidad recomendaría uno u otro de los libros señalados a continuación en función de la persona concreta que tengo delante, pero aquí no puedo hilar tan fino), clasificados por grupos de edad o género literario.

Espero que os ayude a disfrutar de libros que nos ayudan a vivir mejor:

Primeros Lectores

  1. El palo de hockey volador. Jolly Roger Bradfield
  2. Pastel de crema de pepinillos. Jolly Roger Bradfield
  3. Cuentos de Hadas. Charles Perrault

A partir de 8 años

  1.  Cuentos y leyendas cristianas. Rossana Guarnieri

A partir de 10 años

  1. Pippi Calzaslargas. Astrid Lindgren
  2. Como un galgo. Roddy Doyle
  3. Iván de Aldénuri. El bosque de los Thaurroks. J. Pérez-Foncea
  4. Cuentos para niños. Ramón Gómez de la Serna

A partir de 12 años

  1. Aventuras de dos niños en África. Henryk Sienkiewicz
  2. El hobbit. J.R.R. Tolkien
  3. La formación de una marquesa. Frances Hodgson Burnett
  4. Ciudad de Huérfanos. Avi
  5. Los muchachos de la calle Pál. Ferenc Molnár
  6. La Casa del Ángel de la Guarda. Kathy Clark

Más de 14 años

  1. Cuadernos Ucranianos. Igort
  2. El héroe del Caribe. Juan Antonio Pérez Foncea
  3. La isla del tesoro. Robert Louis Stevenson
  4. Un largo camino. Slavomir Rawicz

Historia

  1. Los orígenes de Europa. Christopher Dawson
  2. Europa y la Fe. Hilaire Belloc
  3. La Historia de España. Marcelino Menéndez Pelayo
  4. Las Navas de Tolosa. La verdadera Cruzada. José Ignacio Lago y Manuel González Pérez
  5. El maestro Juan Martínez que estaba allí. Manuel Chaves Nogales
  6. La incomparable Isabel la Católica. Jean Dumont
  7. Cataluña Hispana. Javier Barraycoa

Política

  1. Las ideas tienen consecuencias. Richard Weaver

Narrativa

  1. 1984. George Orwell
  2. Lord Jim. Joseph Conrad
  3. Becket ou L’Honneur de Dieu. Jean Anouilh
  4. Morfina. Mijaíl Bulgákov
  5. El Gran Gatsby. Francis Scott Fitzgerald
  6. Mi planta de naranja lima. José Mauro de Vasconcelos
  7. 84, Charing Cross Road. Helene Hanff
  8. El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartín Fenollera
  9. La casa de Matriona. Incidente en la estación de Kochetovka. Alexander Solzhenitsyn
  10. El pretendiente americano. Mark Twain
  11. La última escapada. Michael O’Brien
  12. Señor del mundo. Robert Hugh Benson
  13. Crimen y castigo. Fiódor Dostoievski
  14. Asesinato en la catedral. Thomas Stearns Eliot
  15. Fidelity. Wendell Berry
  16. El caballero de la resignación. Vintila Horia

Ensayo

  1. Europa y la Fe. Hilaire Belloc
  2. La eugenesia y otras desgracias. Gilbert K. Chesterton
  3. El Estado Servil. Hillaire Belloc
  4. Bertrand de Jouvenel, La ética de la redistribución
  5. Nikolai Berdiaev. El espíritu de Dostoyevski

Biografía

  1. Réquiem por Nagasaki. Paul Glynn
  2. El maestro Juan Martínez que estaba allí. Manuel Chaves Nogales
  3. El precio a pagar. Joseph Fadelle
  4. Apologia pro Vita Sua. John Henry Newman
  5. La incomparable Isabel la Católica. Jean Dumont
  6. Edmund Campion. Evelyn Waugh
  7. San Francisco de Asís. G. K. Chesterton

Religión

  1. El precio a pagar. Joseph Fadelle

Centauros del desierto. Alan Le May

Valdemar ha emprendido una de las aventuras editoriales más interesantes de los últimos tiempos, no exenta de riesgo: recuperar para el lector, se supone que un poco culto, las obras maestras de la literatura del western. Sí, han leído bien, historias de vaqueros, con unos cuantos indios normalmente. Y sí, no se trata de novelas de quiosco (muy dignas, por cierto, y donde se encuentra alguna pequeña joyita) sino de obras cumbres de la literatura norteamericana o, mejor dicho, de la literatura a secas.

Una apuesta por un género que a muchos provocará un cierto recelo. Creemos que ya lo sabemos todo sobre el Lejano Oeste,  que lo hemos visto todo en las miles de películas de vaqueros que hemos contemplado, mayoritariamente después de comer. Pero no es así. La lectura de un clásico como Centauros del desierto (que en realidad se titula The Searchers, pero para la que Valdemar ha mantenido el título cinematográfico con que se conoce la obra en España) lo demuestra ya desde las primeras páginas, que arrancan con una fuerza expresiva excepcional.

Y es que al leer este libro uno entiende porqué el gran maestro que fue John Ford se fijo en él: una obra que alcanza cotas sublimes y que iguala como mínimo a la genial película. Estamos ante una obra de género, con todos sus códigos, que se respetan escrupulosamente y que, de paso, nos entrega una valiosa información sobre el modo de vida en la frontera de Texas en la época de los últimos enfrentamientos con los comanches. Pero lo que uno descubre es que el género, en este caso el western, es un camino igualmente válido (si no más) para tratar los temas universales que afectan al hombre. El amor, la venganza, la amistad, la lealtad, el compromiso, las ambiciones, el remordimiento… van desfilando ante nuestros ojos de un modo vívido y para nada abstracto a lo largo de las idas y venidas de un par de cowboys emperrados en un imposible.

Lectura seria y adulta, que recupera definitivamente un género ya universal y que constituye una de las joyas de la rica narrativa estadounidense.

Centauros del desierto. Alan Le May. Valdemar. 368 páginas.

La historia de España. Marcelino Menéndez Pelayo

Reproduzco aquí la magnífica reseña escrita por mi buen amigo Emili Boronat en Forum Libertas:

He aquí un libro peculiar: su autor nunca lo escribió como tal. Se trata de una recopilación llevada a cabo por Jorge Vigón y publicada en 1.934, a partir de textos procedentes, sobre todo, de la Historia de los heterodoxos españoles.

Su reciente reedición en Ciudadela Libros da que pensar. A finales de siglo XIX escribe Don Marcelino con la intención de salir al paso de una tan larga decadencia nacional, pues ésta se llevaba por delante no sólo fama y barcos, sino la honra.

El prolongado absolutismo borbónico, con su Ilustración tan poco española, de no ser por Feijoo y Jovellanos, a la que siguió una devastadora y esterilizante invasión napoleónica, parecía construido tanto para rehacer la casa de aquella monarquía agotada con recetas de economía doméstica, como para pasar por alto el problema de la identidad amenazada de muerte por los embates de la Leyenda Negra anti-española, precisamente de aquella España que si salvó los trastos a la dinastía fue porque sobrevivió en el pueblo sacrificado y leal, antes que en los despachos de Aranda y Campomanes, o de Calomarde.

A lo largo del siglo esa misma conciencia colectiva se iría postrando bajo el liberalismo de salón, cuartel y café. En 1934 la Revolución, o como se quiera llamar ese racionalismo redentor de cartabón, exaltado de ideología mesiánica, pretendía en nombre de una voluntad popular siempre despreciada, sacar por fin a España de la Historia, para ponerla en el progreso y en la ciencia, para hacer de ella todo un figurín de cátedra de Institución Libre de Enseñanza. Jorge Vigón, hombre de la Acción Española de Maeztu, revista que aglutinó en sus páginas las plumas de Calvo Sotelo y de Pemán, de Pradera, Sánchez Mazas o Jiménez Caballero, en ese profético año 34, retoma a Menéndez Pelayo para intentar que España se mire a sí misma cara a cara y así enderezarse de caminos de perdición.

El por qué de España

No lo consiguió, como tampoco Don Marcelino. Misteriosa es la Historia, pues nos devuelve a necesidad las reflexiones de este libro justo cuando ya nadie sabría explicar porqué España mereció existir y si acaso deba seguir haciéndolo.

El enfoque de la obra intelectual del mayor pensador conservador español de su época, se resume en la afirmación siguiente: Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia, muy próxima a la imbecilidad senil.

La obra quiere mostrar cómo la mejor España es una realización de una idea religiosa, filosófica, moral y política, no es producto del azar geográfico o de las dialécticas económicas, sino de una profunda unidad de origen religioso, espiritual. Que cuanto más se iguala y centraliza, más se desune y esteriliza, pues lo católico es, a la vez, amor a lo concreto y vocación de universalidad. Sólo eso explica la naturaleza de un pueblo que conquista su suelo perdido, se aboca a la defensa de la unidad cristiana en el corazón de Europa y acude a los confines de la Civilización a defenderla del Oriente de las hordas asiáticas y turcomanas.

Los ideales

Para esa misma dignidad cruza los océanos para elevar a los indios a la condición jurídica y moral de seres humanos e hijos de Dios. A su vez cada español, tan celoso de la tierra en la que nace, de sus libertades políticas, se sacrifica para la empresa de lo común a condición de no confundir su patria con el Estado nacido de una lejana y abstracta voluntad centralizadora e igualitarista, segura de sí y despectiva de la identidad, a la que entonces el español se aferrará para mirar el Estado con una irónica indiferencia que aún hoy causa perplejidad al europeo culto. Ante el lector, si sabe prescindir del estilo exaltado y retórico de la época, desfilará de nuevo el cortejo de España, desde Roma hasta el convulso XIX.

Sin duda dará luz a la comprensión de lo que habría de venir y, como no, a lo que hoy podríamos temer. Aunque la dialéctica reaparece en los salones y en los despachos haciendo inútiles –Dios no lo permita–, los lazos del amor y del común sacrificio, cuyos frutos materiales gozamos hoy, una vez más, tal vez el pueblo siga retomando sereno el cayado de la esperanza y el zurrón de su memoria. A ello de nuevo anima, por tercera vez, esta Historia de España.

Las ideas tienen consecuencias. Richard Weaver

Hay libros que están justificados sólo por su título, y éste es uno de ellos. Hay también libros que se justifican con tan sólo leer el índice, y éste vuelve a ser uno de ellos. Si además el libro contiene ideas sugerentes, no es difícil entender porqué la obra de Weaver se ha convertido en un clásico del pensamiento conservador.

El libro empieza con atrevimiento, lo cual es algo de agradecer en los tiempos que corren. ¿A quién se le ocurre remontar la crisis de la civilización occidental al nominalismo de Guillermo de Occam? Pues así empieza su particular viaje intelectual Richard M. Weaver; un viaje con muchos elementos comunes con el de otros pensadores de filiación conservadora, como no podía ser de otro modo, y que va desgranando los elementos clave para, en su opinión, entender la crisis global en la que nos hayamos sumidos (y no sólo el último crash bursátil). Eso sí, sin abandonar nunca un tono provocativo, que no oculta sus vastos referentes ni su falta de complejos a la hora de alinearse en las filas de la reacción, y con abundantes momentos de genialidad que uno no puede leer sin regocijo y que vienen a ser retos intelectuales lanzados, como quien lanza el guante, en la cara del progresismo.

Repasemos algunos ejemplos. Weaver verá, en la insensibilidad del mundo ante su propia degradación una de las pruebas que la confirman. O criticará el legado del sentimentalismo imperante, que valora ante todo la inmediatez y que constituye la invasión vertical de los nuevos bárbaros… nuestros propios hijos. También denunciará el ataque a las formas como un modo de ataque contra la autoridad, ausente de este nuestro barco que se hunde. El capítulo dedicado al periodismo, La Gran Linterna Mágica, es brillantísimo, equiparando el sensacionalismo sin pudor con la pornografía. Y cuando escribe del fenómeno de la fragmentación de los saberes y de cómo el especialista vive al borde de la psicosis, uno no puede dejar de escuchar ecos chestertonianos, esos que nos hablan de unos locos racionales, pues lo han perdido todo menos la razón.

Siempre valiente y con frecuencia genial

Por otra parte Weaver contempla como el odio a las jerarquías, la obsesión igualitarista, es una perversión que “reza que en las sociedades justas no puede haber distinciones”, allanando así el camino hacia la injusticia más absoluta, el socialismo que expulsa la libertad como generadora de desigualdad de la sociedad. Otro de los momentos más brillantes del libro es el dedicado a lo que Weaver llama “psicología del niño malcriado”, esa tiranía de los deseos que se ha convertido en hegemónica en nuestra sociedad. Por cierto, que nos advierte muy sensatamente de que un pueblo malcriado, que rehúye el esfuerzo, requiere un poder despótico. Los últimos acontecimientos parecen confirmar esta apreciación.

El libro, no obstante, no está libre de apreciaciones discutibles. En mi opinión, su platonismo obsesivo, su tendencia a plantear la vida como disyuntivas absolutas y una lectura parcial y superficial de Aristóteles, lastran algunos momentos de la obra. Pero es que no estamos ante un tratado escolástico, sino ante una explosión, un arrebato, de alguien que ve cómo nuestro mundo se desmorona mientras brindamos con champán.

Weaver tuvo, además, la valentía de proponer algunas soluciones. Y digo valentía porque es asumir grandes riegos, hacer propuestas concretas, que se verán afectadas irremisiblemente por el transcurso del tiempo. Su ideal del caballero puede sonar a anacrónico, por ejemplo, pero haríamos bien en no despreciar algunas de las sugerencias que nos ofrece. Entre ellas destacaré dos: la piedad, y no la tolerancia, como fuente de aceptación de los otros seres y su defensa de la propiedad privada como último bastión a defender frente a las ofensivas bárbaras, pues defender la propiedad privada es defender el derecho a ser responsable.

Becket ou L’Honneur de Dieu. Jean Anouilh.

El escritor francés Jean Anouilh tomó la conocida historia de Santo Tomás Becket para armar una brillante y apasionante obra de teatro (que luego sería llevada a la pantalla cinematográfica en 1964 por Peter O’Toole, Richard Burton y John Gielgud entre otros).

La obra toma lo esencial del enfrentamiento entre Enrique II Plantagenet y Tomás Becket, si bien incurre en algunas inexactitudes históricas, que el mismo autor reconoció, pero que en ningún caso afectan al núcleo del libro. Estamos ante un escrito especialmente conseguido, por cuanto el lector actual sabe desde el primer momento cual será el desenlace de la historia y sin embargo queda atrapado por una obra ágil, que desborda vida y que al mismo tiempo ofrece espacio para la reflexión profunda. Anouilh funda su obra en la tensión que se crea entre Becket y el Rey, una tensión que ya se vislumbra en el periodo en el que Becket es el hombre de confianza del Rey y que estalla a partir de su elección para el cargo de Arzobispo de Canterbury. El retrato psicológico de estos dos hombres es magnífico, solamente igualado, a mi parecer, por el de quien es quizás el secundario de mayor relieve, el rey Luis de Francia.

Pero junto a esta batalla entre estos dos personajes fuertes, la obra nos ofrece una profunda y muy actual reflexión en torno a la naturaleza del poder político, a su tendencia naturalmente expansiva, y a la resistencia que ofrece la Iglesia, no dependiente de nadie más que de Dios y cuya única fuerza es su capacidad de decir no.

Creo que no hay disponible ninguna versión en español de esta obra, por lo que quien quiera disfrutar de la misma tendrá que acudir a versiones antiguas o a su versión original en francés. Quienes estén en condiciones de hacerlo, que no pierdan un segundo más. Lectura provecha para el alma y el intelecto.

Becket ou L’Honneur de Dieu. Jean Anouilh. Folio. 160 páginas

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