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El pretendiente americano. Mark Twain

Escribió Hemingway que “toda la literatura moderna parte de Mark Twain. Antes no había nada“. Aunque la segunda afirmación es ciertamente discutible, lo cierto es que la frescura, ritmo e ingeniosidad que Mark Twain demuestra en El pretendiente americano son argumentos poderosos en favor de la primera.

En efecto, estamos ante una obra desternillante; de hecho este es su carácter más destacado: es divertidísima y quien esto escribe ha de confesar que, en diversas ocasiones, no ha podido reprimir una risa persistente. Twain despliega un arsenal de recursos amplísimo para hacernos disfrutar de una obra que, sin mayores pretensiones, consigue aprisionarnos en una gozosa espera de la próxima pirueta con la que el autor nos va a sorprender. Porque el relato es delirante y la trama inverosímil, más propia de un concurso de jóvenes ebrios para ver quién puede darle una vuelta de rosca más a un argumento que ha perdido ya toda cordura. Y que sin embargo Twain maneja con destreza, valiéndose de jugosos diálogos y de certeros comentarios y descripciones de personajes, mostrando una vez más una maestría que asombró a su tiempo y que no ha perdido nada con el paso de los años (a menudo suena más fresca y actual que la mayoría de escritores de hoy en día).

La novela trata de las pretensiones de la rama familiar norteamericana sobre un condado inglés y de la voluntad del heredero inglés del condado en disputa de abandonar sus privilegios aristocráticos para hacerse un hombre común. Con estos elementos y con la ayuda de unos estrafalarios personajes con los que uno acaba simpatizando, Twain arma una novela de enredo que, no obstante, aborda, aunque sea de modo desenfadado, algunos aspectos serios, tales como la falta de realismo del democratismo o la superchería de ciertas prácticas espiritistas en boga por aquellos años.

Pero insisto, estamos ante una obra que es ante todo pura diversión, puro goce. Uno no puede alimentarse sólo de esto, pero una dieta literaria en la que esta dimensión primordial del disfrute faltase quedaría gravemente afectada.

El pretendiente americano. Mark Twain. Navona. 246 páginas.

Memorias de guerra. Charles de Gaulle

Las Memorias de guerra de Charles de Gaulle recogen en un solo tomo los tres libros de memorias que el general de Gaulle escribió sobre el periodo, probablemente el más decisivo de su vida, de la Segunda Guerra Mundial: El llamamiento, La unidad y La salvación.

El libro tiene un innegable valor por cuanto expone la visión de uno de los protagonistas de la contienda mundial, de modo especial por cuanto se nos ofrece una visión diferente a la más común, una visión diríamos periférica, la visión de la Francia derrotada e impotente que, no obstante, quiere sobrevivir en la mente de un líder singular. En este sentido, resulta muy interesante la imagen que De Gaulle nos da de lo que ocurre en el campo aliado, mucho menos monolítico de lo que pudiera pensarse. Así lo atestiguan las rivalidades, las jugarretas, las trampas y operaciones de espionaje entre quienes, en teoría, eran estrechos aliados. Churchill, que inicialmente apoyó a De Gaulle porque entendió que podía sacarle partido, más adelante le hizo la vida imposible, una vez que los intereses de Gran Bretaña podían entrar en colisión con los de una resucitada Francia. Por otra parte, la relación entre Roosevelt y De Gaulle nunca fue fluida.

De Gaulle es un militar con una idea mística de lo que representa Francia y que él está convencido de que encarna, una Francia inmortal y cuyo rasgo sustantivo es la grandeur, visión que, paradójicamente, va a hacer disminuir en ocasiones y a sus ojos la culpa de los hombres de Vichy. Este enfoque se trasluce a lo largo de todo el libro, que quizás no es muy fluido y que contiene numerosas relaciones de nombres, lugares y unidades, pero en el que queda muy claro que la motivación de De Gaulle es expresar, en todo momento, su idea de Francia y de su destino, aunque sea a costa de silenciar algunos aspectos. Choca al principio, luego resulta casi cómico, cómo él mismo se refiere a su persona a menudo en tercera persona, hablando del preclaro y determinado General De Gaulle, así como el modo en que pasa de puntillas, lanzando un pequeño reproche pero sin extenderse más, sobre el proceso de depuración posterior a la victoria aliada y que resultó, en demasiadas ocasiones, una auténtica venganza a duras penas revestida de apariencia de legalidad.

De hecho, los pasajes más interesantes son aquellos en los que De Gaulle no está directamente implicado o tiene una implicación muy marginal y no se siente obligado a justificar sus decisiones. Es entonces cuando aparece el testigo sagaz que nos deja interesantísimas reflexiones, como es el caso de sus comentarios sobre Stalin, Molotov y su modo de proceder.

Libro quizás excesivo para el lector aficionado pero que resulta imprescindible para estudiosos de la Segunda Guerra Mundial y de la Francia del siglo XX.

Memorias de guerra. Charles de Gaulle. La Esfera. 758 paginas

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