search
top

Cuentos de Hadas. Charles Perrault

En ocasiones uno se topa con algún pequeño tesoro olvidado durante años, un objeto, una carta, una foto que se recupera por azar y que le devuelven a uno emociones olvidadas. Otras veces son libros, juguetes, revistas de antaño las que, al tenerlos entre las manos, despiertan en nosotros un entusiasmo que, intuyo, debe parecerse al del arqueólogo en el momento de descubrir un preciado fósil. Pues algo de esto es lo que le ocurrió a Luis Alberto de Cuenca cuando, en la librería La Escalinata, encontraron estos Cuentos de hadas de Charles Perrault, ilustrados por Lucien Laforge en ”el año del Señor de 1920”. Fue un amor a primera vista, y como el mismo descubridor confiesa, “nada más verlo, supimos que estaba allí para nosotros”.

La cuidada edición, que ha conservado una gran fidelidad a la original y que ahora llega a nuestras manos gracias a Rey Lear Editores, puede provocar un entusiasmo similar entre los lectores que se acerquen a ella. Eso sí, se recomienda recuperar, aunque sea por un momento, un cierto espíritu infantil, y leer los cuentos de Perrault como si se leyeran por primera vez. Sí, ya sabemos que la Bella durmiente, la Caperucita roja, el Gato con botas, Cenicienta o Pulgarcito, entre otros, los tenemos ya incluso un poco aburridos. Pero no nos precipitemos, estamos aburridos de los otros, no de los de Perrault.

Y es que Perrault escribe magníficamente, y no sólo (ni siquiera primordialmente) para niños. Algunos ejemplos bastarán para explicar que este libro está lleno de gratas sorpresas. Cuando la Bella durmiente, tras pasar un siglo dormida, es despertada por el príncipe, éste se percata de que sus vestidos están algo pasados de moda: “él se guardo mucho de decirle que iba ataviada como su abuela”. La Caperucita roja, y perdonen por desvelar el final, es devorada por el lobo por culpa de su desidia, y punto final (no esperen leñadores salvadores pues). El inicio del Gato con botas es sencillamente espléndido y de gran actualidad: “Un molinero dejó por toda herencia a los hijos que tenía su molino, su asno y su gato. El reparto se hizo con rapidez, sin llamar al notario ni al procurador, quienes se hubiesen comido a buen seguro todo el pobre patrimonio”. Y Pulgarcito, definitivamente, debería ser revisado por la ministra de Igualdad, pues en dicho relato Perrault nos cuela la siguiente apreciación: “el leñador, como tantos otros, era de esos que quieren mucho a las mujeres que tienen razón, pero que encuentran muy importunas a aquellas que pretenden tenerla siempre”.

Pero si los textos son magníficos, las ilustraciones no les van a la zaga. Hay que despojarse, aquí también, del cliché Walt Disney y dejarse cautivar por la expresividad, casi minimalista, pero de una gran fuerza siempre, que Laforge sabe transmitir. Con pocos trazos, en un esfuerzo de síntesis por ir a lo esencial, en blanco y negro (aunque las de inicio de cada cuento, en color, sean bellísimas), cada una de ellas es una pequeña obra de arte. La única lástima es que no hayan más, pero las que hay se bastan para enriquecer el texto, su función principal, y de paso demostrar que muchas de las cosas que nos venden como el último grito tiene casi un siglo y además el original es bastante mejor que la copia.

Lo dicho, una pequeña joya que gustará a pequeños pero, más aún si cabe, a mayores que no hayan perdido las ganas de disfrutar con un buen cuento.

Cuentos de Hadas. Charles Perrault. Ilustraciones de Lucien Laforge. Rey Lear Editores. 104 páginas. 

 

Banderas lejanas. Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales Torres

España es un país sin héroes. De un británico excéntrico perdido en la selva los ingleses han hecho películas prodigiosas. Ponga usted un francés en medio de la estepa rusa y a la que se descuide tendrá entre sus manos un novelón épico. Y no digamos de un norteamericano, aunque se haya limitado a bombardear un territorio que nunca ha pisado, de su “gesta” hará Hollywood un film de los que enardecen y emocionan a un tiempo. Hasta los italianos han cuidado más que nosotros a sus hijos heroicos, que ya es decir, recurriendo cuando era necesario a esa fantasía poética y grandilocuente tan propia del país transalpino. Pero entre nosotros, parece que desde el Cid a esta parte ningún compatriota haya hecho nada digno de reseñarse.

 

Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales Torres no son de esta opinión y con Banderas lejanas nos demuestran que los españoles hemos hecho cosas dignas de mención e, incluso, de admiración. Y se han detenido en unos episodios, la exploración, conquista y defensa de territorios que en la actualidad forman parte de los Estados Unidos de América, desconocidos por la inmensa mayoría y que me han provocado dos reacciones: en primer lugar sorpresa por constatar que una parte importante de nuestra historia ha sido dejada en el olvido durante tanto tiempo; después fascinación por unos hechos que, siendo rigurosamente históricos, en muchas ocasiones son dignos de las más apasionantes novelas de aventuras.

 

Porque aunque a la mayoría nos suene a chino, lo cierto es que los españoles fuimos los primeros en pisar Norteamérica, de la mano de Ponce de León, y allí estuvimos durante tres siglos. Tiempo suficiente para pasar de las costas, hacia el interior, descubriendo, instalando asentamientos y misiones, luchando primero con los nativos, luego con otros europeos con ambiciones en la zona. Empezando por la Florida, donde la leyenda se entremezcla con la piratería, se inicia lo que los autores no dudan en llamar como la aventura épica del camino real por Arizona, Texas y Nuevo México, donde soldados y misioneros se abrieron paso luchando con los indios, apaches, navajos y comanches principalmente, y franceses. Luego seguiría, ya después de la guerra de Sucesión española y por tanto bajo el gobierno de la Casa de Borbón en España, las guerras centradas en la Florida y posteriormente las expediciones a California. Pero no se detuvieron los españoles ahí, sino que siguieron avanzando hasta llegar a… Alaska; han oído bien, y a los enfrentamientos con los rusos. Vamos, que lo de la conquista del Oeste por parte de los cowboys ya lo podemos ir poniendo entre paréntesis, porque el Oeste ya estaba bastante trillado por los españoles.

 

El libro, además, está bien escrito y combina sabiamente una prolija información con una calidad narrativa que recuerda al famoso historiador británico Simon Schama y un buen retrato de los personajes y de los trasfondos políticos de la situación. Además, las fotografías, mapas y muy en especial reproducción de banderas, nos ayudan a vivir con mayor intensidad la epopeya española en Norteamérica. Desde luego, si nuestros cineastas en vez de depender del presupuesto público y de hacer de palmeros del gobierno socialista tuvieran el más mínimo interés por agradar al público y entendieran, aunque sólo fuera un poquito, lo que es este país, tendrían en lo narrado en este libro un filón, no diré inagotable, pero sí riquísimo. Mientras, podremos disfrutar de este precioso libro que, por lo que parece, ya va por la segunda edición. Y que sigan muchas más.

 

Banderas lejanas. Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales Torres. EDAF. 544 páginas.

 

Izad más banderas. Evelyn Waugh

Izad más banderas, escrito y publicado por Evelyn Waugh durante la Segunda Guerra Mundial, es una mirada ácida y sarcástica, muy del estilo de este grandioso escritor, sobre la Inglaterra del inicio de la guerra, esos meses en que Francia aún no había caído y la crueldad del conflicto aún no se había manifestado en toda su plenitud.

La obra tiene como hilo conductor las andanzas de Basil Seal, aristocrático, bohemio y caradura a partes iguales, uno de esos personajes en los que Waugh encierra todo un mundo social. Las tramas paralelas son abundantes y nos van ofreciendo un fresco de un mundo que iba a ver sacudidos sus cimientos en poco tiempo. Aparecen aquí las personas y los ambientes recurrentes en muchas obras de Waugh, desde la bohemia comunista, el artista homosexual, los prosaicos editores, los militares que a duras penas alcanzan para sobrevivir ellos mismos, la aristocracia que no se resiste a abandonar hábitos victorianos, todo ello iluminado por una luz irreal que denota la falsedad del tinglado en que viven.

La obra es disparatada e irregular, con altibajos y resoluciones precipitadas, pero también contiene momentos hilarantes. Estamos aún, según mi modesta opinión, lejos del Waugh de la trilogía Espada de Honor, una de las mejores obras sobre la Segunda Guerra Mundial y mucho más madura, equilibrada y conseguida. Aquí Waugh se recrea en el sarcasmo más despiadado, brillante en su pluma, pero sin atisbos de esperanza. El cinismo campea por doquier y el retrato de esta Inglaterra es tan cómico como aterrador, dando forma a una obra que interesará a los lectores más voraces de Waugh, pero que carece de esa reflexión serena y certera que constituye el contrapeso a la potente vena satírica del autor.

Izad más banderas. Evelyn Waugh. 288 páginas. RBA

Next Entries »

top