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Una dulce historia de mariposas y libélulas. Jordi Sierra i Fabra

La historia que propone Jordi Sierra en este libro es diferente. Ambientado en la China de los años 70 del siglo pasado, nos invita a acompañar a un padre, Qin, humilde campesino que junto a su burro, Veloz, emprende camino para encontrar, y comprar, una niña muerta que pueda acompañar a su recién fallecido hijo menor, Zhai, en su nueva vida en el más allá.

Este argumento le sirve a Sierra para desarrollar una historia intimista, en la que la acción a menudo queda escondida entre los prolijos prolegómenos y la muestra de sus resultados, dejando paso a la construcción de personajes, muy en especial el viejo (no tanto por la edad como por la dureza de la vida campesina) Qin, realmente entrañable, pero también su esposa Gong, el resto de su familia y, de un modo sugerente y brillante, su nueva nuera, Ziyi, a quien sólo conocemos muerta pero a la que el autor consigue dotar de personalidad definida en pocos párrafos.

El libro está escrito con un estilo “a lo chino” (o al menos a lo que los occidentales consideramos chino), esto es, lento, preciosista, poético, delicado. Aunque con carácter propio, recuerda en ciertos momentos a la novela de Baricco, Seda, también de temática oriental y donde el recurso al capítulo de reducidísimas dimensiones es común con la obra que nos ocupa (también me parece evidente la filiación con la Odisea, paradigma del viaje, de la marcha y retorno a casa). El estilo cuadra bien con la intención del autor y confiere credibilidad a la obra, si bien no consigue evitar, en mi opinión, momentos en los que la tensión se afloja en demasía y las imágenes y descripciones más o menos poéticas se alargan en exceso. Esa falta de ritmo ocasional nos plantea una cuestión: ¿se trata de falta de sensibilidad para apreciar la lentitud oriental por parte de occidentales demasiado acostumbrados a ritmos espasmódicos o bien un defecto de escritura, aquí o en la Conchinchina? Una posible respuesta puede venir de la comparación de las películas de Zhang Yimou con, por ejemplo, La bicicleta de Pekín, y me temo que será más bien favorable a la segunda de las hipótesis.

El otro gran acierto de Sierra es el modo como trata las tradiciones, la mentalidad, la cosmovisión chinas, un modo respetuoso y para nada ridiculizador de algo que a sus lectores en principio les chocará cuando no les horrorizará. Pero la forma tranquila de argumentar de Qin nos mostrará que no es tan descabellada esa tradición, que en el fondo concreta el deseo de seguir amando a alguien aún después de muerto. Porque esa relación con quienes nos han precedido en el paso por la muerte es algo que se va haciendo cada vez más real a lo largo de la obra, de forma nada forzada.

En definitiva, estamos ante una obra atípica, de valor indudable y dimensión espiritual innegable, que nos deja una serie de retratos magníficos y nos habla de lo que son capaces los seres humanos cuando son movidos por el amor y la lealtad. En el pasivo, quizás, alguna debilidad en el ritmo de la obra, provocado por la ambición de escribir un libro “chino”. Siruela presenta su colección Las Tres Edades, de la que forma parte este libro, para lectores de 8 en adelante; por todo lo dicho creo que se trata de una obra para los de “adelante”, a partir de 14 o 15 años como mínimo.

Y para acabar una mención a las ilustraciones de Pep Montserrat, magníficas y adecuadísimas al texto, como ya nos tiene acostumbrados.

Una dulce historia de mariposas y libélulas. Jordi Sierra i Fabra. Siruela. 156 páginas

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