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Los Juegos del Hambre. Suzanne Collins

Los Juegos del Hambre, la trilogía escrita por Suzanne Collins (Los Juegos del Hambre, En llamas y Sinsajo), nos traslada a un futuro distópico en el que la capital de un país, Panem, que ocupa el territorio de los Estados Unidos, tiene sojuzgados a doce distritos que se ven obligados a enviar cada año a dos adolescentes para participar en una especie de reality-show en el que deben matarse los unos a los otros hasta que sólo quede un superviviente. Es el modo del Capitolio de demostrar que la vida de los súbditos de sus distritos está en sus manos, pero cuando los protagonistas, Katniss y Peeta, del distrito minero 12, participan en los Juegos del Hambre se desatará una dinámica que llevará a la rebelión de los distritos contra el Capitolio.

La obra, llevada al cine con gran éxito de público, es rica en contenido y plantea numerosas cuestiones. Repasaremos algunas de ellas:

Una de las cuestiones más polémicas es la de la violencia explícita en el espectáculo de unos adolescentes matándose entre sí ante las cámaras de televisión y en horario de máxima audiencia. La violencia y, aún peor, la crueldad, está presente en la obra, es indudable, pero no creo que sea presentada de modo positivo, al contrario, y un joven maduro puede distinguir perfectamente y comprender el mal que se encierra en ese macabro espectáculo. De hecho, en el último libro, la posibilidad de que se perpetúen los sacrificios, esta vez sobre los derrotados capitalinos, provoca una repulsión grande.

Resulta interesante destacar los rasgos que Los Juegos del Hambre comparte con otras distopias (1984, Un mundo feliz,…), especialmente la presencia de gobiernos todopoderosos (o casi) y centralizados que determinan las vidas de sus ciudadanos, por medios “light” pero sin descartar los “hard”. El gobierno es controlado por una élite que impone un pragmatismo carente de toda consideración moral. Además utilizan a ciertos grupos de personas, que demonizan, como chivos expiatorios y también fomentan la masificación de sus súbditos, obligados a formar parte de multitudes en las que la persona se diluye. No es de extrañar que algunos hayan señalado que la obra de Collins nos presenta un escenario hobbesiano (el nombre de los participantes, tributos, rememora la injusticia de muchas de las exigencias del Estado; en el mundo real aún no nos pide a nuestros hijos, pero los tributos económicos son crecientes).

Estos rasgos no están tan alejados de algunos que conforman nuestras sociedades actuales. De hecho nos asemejamos en muchas cosas a Panem, un escenario que además no es inconcebible, pues en la historia ya hemos asistido a situaciones similares, la más evidente la Roma del panem et circenses y de los gladiadores y las multitudes que asistían y contemplaban con pasión el circo del mismo modo que los telespectadores de Panem siguen la retransmisión de la matanza, mientras el gobierno los manipula hábilmente para sus fines políticos. Los Juegos del Hambre es en realidad un circo con gladiadores adolescentes retransmitido por televisión.

La elección de jóvenes para ser sacrificados no es patrimonio exclusivo de los gladiadores romanos. Los aztecas elegían a un guerrero especialmente fuerte y apuesto de entre los pueblos a ellos sometidos y, durante un año, le trataban a cuerpo de rey. Transcurrido el año, el joven guerrero era sacrificado en lo alto de una pirámide y ante la mirada atenta de la multitud (al estilo de lo que muestra la película Apocalypto, de Mel Gibson). Y en la historia de Teso y el Minotauro, el rey de Creta obligaba al rey de Atenas a enviar cada año a siete chicos y siete chicas a combatir con el Minotauro en el interior del laberinto, una misión imposible hasta que Teseo logró matarlo y escapar. Los paralelismos con Los Juegos del Hambre son evidentes: la necesidad de enviar víctimas al poder dominante, el periodo previo al combate en la arena, en el que los jóvenes se convierten en estrellas televisivas y gozan brevemente de todas las comodidades imaginables, al estilo azteca, y finalmente la pareja protagonista que, como nuevos Teseos, cambian ligeramente las reglas del juego y consiguen escapar con vida.

Llegados a este punto debemos referirnos por un momento a René Girard y su constatación de la universalidad del mecanismo del “chivo expiatorio”, el proceso por el cual descargamos nuestras tensiones sociales sobre una víctima que, colectivamente, castigamos. De este modo se consigue, al menos momentáneamente, un poco de paz y estabilidad, lo que explica su recurrencia en la historia. Pero Girard descubrió también que en Jesucristo se muestra abiertamente este proceso, que de este modo desenmascara, y que al mismo tiempo Cristo lo invierte y dinamita desde dentro, al ser la víctima quien es realmente justa. En la revelación cristiana Dios se identifica no con quienes perpetran la matanza, sino con la víctima, con el chivo expiatorio. Sin esta revelación cristiana, que desenmascara el mecanismo del chivo expiatorio, no serían posibles historias como la de Los Juegos del Hambre en el que implícitamente se asume la idea cristiana de que la víctima no sólo no es culpable, sino que encarna la justicia.

Los Juegos del Hambre están diseñados para que los tributos actúen en una especia de estado de naturaleza en el que la supervivencia es lo único que vale. Frente a esta imposición en la que la moralidad queda excluida, el gran mérito de Katniss y Peeta es resisitirse a seguir ese guión. Empezando por Katniss, que se ofrece voluntaria para salvar a su hermana pequeña, un gesto de piedad fraternal que está en el origen del movimiento que lo cambiará todo. Y luego será Peeta quien insistirá en no seguir el juego del Capitolio, en no dejar de ser él mismo, en mantenerse fiel al gesto de piedad que tuvo, hace muchos años, con una hambrienta y deseperada Katniss y que le llevará a preferir mantener a Katniss con vida antes que salvarse a sí mismo. Finalmente, el gesto de desafío de ambos, que quiebra las reglas de Los Juegos del Hambre, mostrará a toda la población que es mejor sufrir una injusticia antes que cometerla, una enseñanza que es todo lo contrario de lo que los Juegos pretendían.

De este modo, Los Juegos del Hambre también muestran que la tiranía es siempre débil, aunque momentáneamente parezca poderosísima e imbatible. Su injusticia hace que sólo pueda sobrevivir mediante la fuerza y el miedo, y nunca puede relajarse en la administración de estos dos factores (por eso la gira del tributo vencedor por todo el país, de modo que los Juegos del Hambre nunca acaban).

Otro de los elementos clave de Los Juegos del Hambre es la reflexión que nos brinda acerca de lo que Debord bautizó “sociedad del espectáculo”. En este caso, el poder político utiliza este nuevo “pan y circo” para mantener a los distritos “entretenidos”, consiguiendo a través de este morboso espectáculo que centren su atención en el mismo y que, al mismo tiempo, tengan presente en todo momento que están sometidos al Capitolio. Pero quizás lo más inquietante es que esa imagen de un poder y de una cultura enfermiza, de una cultura de la muerte aceptada por las masas y promovida desde los medios de comunicación, no está tan alejada del mundo en que vivimos.

Como señalaba Pablo Ginés en su reseña publicada en Forum Libertas, “La pregunta, pues, es ¿cuánto nos falta para llegar a este imperio, que repite el romano pagano, pero peor, porque tiene más control y tecnología? Prácticas romanas que el cristianismo cercó hasta su mínima expresión, como el aborto, el horror a la fecundidad y el sexo hedonista (homosexual incluido) ya han vuelto, son legales y hasta se pretende enseñarlas en las escuelas como virtuosas. Los cristianos, que se oponen a ellas, son vilipendiados una vez más”.

En Estados Unidos se ha discutido profusamente acerca de si Los Juegos del Hambre es un libro cristiano. Su autora es católica, pero en el libro no aparece ninguna referencia a Dios o a la religión, una ausencia que resulta chocante pues todos los hombres y todas las culturas han sentido la necesidad de referirse a algo que les trascienda, especialmente en momentos de violencia y muertes como el que tienen que afrontar los habitantes de Panem. También es cierto que un libro tan cristiano como El Señor de los Anillos no tiene referencias explícitas a Dios o a un culto religioso, y esto por decisión expresa de Tolkien, que veía la dimensión religiosa de su obra en otro nivel.

Si un libro es cristiano porque sus protagonistas lo son y hay muchas referencias a la religión, Los Juegos del Hambre no lo es. Si un libro es cristiano porque expresa ideas que sólo pueden nacer de una cosmovisión cristiana, la cuestión está abierta. Desde las víctimas inocentes y justas, idea que florece en un entorno cristiano, hasta el valor de la piedad y del sacrificio personal, pasando por las obras de misericordia (dar de comer al hambriento, cuidar al enfermo, enterrar a los muertos) que Katniss irá cumpliendo durante su periplo en la arena.

Otro enfoque es el que se fija en la presencia de la esperanza, virtud teologal, en la obra. Incluso en los peores momentos parece que existe una cierta esperanza que el Capitolio y su presidente Snow no consiguen arrancar por completo. Además, esta esperanza se concreta muchas veces en el pan, alimento que, en un contexto cristiano, adquiere una clara dimensión simbólica. Desde el pan que envía el distrito de Rue, hasta el pan que Peeta le da a Katniss y que encarna la esperanza de seguir con vida (Katniss lo dirá explícitamente al referirse a “ese pan que me dio esperanza”). En estas acciones en las que se da pan a quien lo necesita contemplamos una expresión concreta de amor que tiene como resultado la esperanza.

El mismo presidente Snow reconocerá que se permite que haya un ganador precisamente para dar esperanza, lo único más fuerte que el miedo en sus propias palabras. Una esperanza que quiere utilizar como medio de control: “un poco de esperanza es eficaz, demasiado es peligroso”. Katniss y Peeta darán más esperanza de la que Snow puede controlar y de este modo la rebelión que acabará con la tiranía se desencadenará. En un mundo en el que todo parece perdido, esos pequeños actos de misericordia alimentan la esperanza de un mundo mejor.

Queda por definir si estamos ante una verdadera esperanza o un mero optimismo secular. La primera se funda en Dios, el segundo no tiene base alguna más allá del propio deseo. No es fácil discernir cuál de los dos es el que informa Los Juegos del Hambre; en cualquier caso, el final de la trilogía con el nacimiento de los hijos de los protagonistas, ya nacidos en un mundo liberado del sangriento espectáculo de los Juegos del Hambre, parece dar a entender que en algo tan inscrito en nuestra naturaleza como la continuidad de generaciones, existe una puerta a la esperanza.

Por último, aunque hay que reconocer que los libros están bien construidos y se leen de un tirón (la autora emplea numerosas técnicas del best-seller, tremendamente eficaces, en especial la tensión entre el triángulo Katniss-Peeta-Gale), hay que discernir si son aconsejables para un público adolescente. El problema, creo yo, no es el espectáculo de unos chicos viéndose obligados a matarse entre ellos; cosas igual de horrorosas suceden todos los días y lo importante no es el hecho en sí, sino si el autor las usa para mostrarnos su maldad y la capacidad humana para derrotarla. Una historia que muestra un poder tiránico y asesino, capaz de cometer horribles crueldades, pero que al mismo tiempo muestra a unos protagonistas capaces de tomar decisiones propias y asumir las responsabilidades de sus actos nos deja algo positivo para la formación del carácter de un adolescente. Si bien encontramos este tipo de enfoque en la obra, sobre todo en el primer tomo, los dos tomos restantes, en especial el tercero, diluyen esta visión y nos muestran a unos protagonistas que cada vez son menos ellos mismos, destrozados, envenenados, cada vez más incapaces de tomar sus propias decisiones. En mi opinión, ésta es la gran debilidad de la trilogía de Collins, una debilidad que no llega a destruir todo lo que de positivo tiene la obra pero que hace que sólo sea recomendable para chicos con una cierta madurez y juicio crítico.

Los Juegos del Hambre. Suzanne Collins. Editorial Molino

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