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La historia de España. Marcelino Menéndez Pelayo

Reproduzco aquí la magnífica reseña escrita por mi buen amigo Emili Boronat en Forum Libertas:

He aquí un libro peculiar: su autor nunca lo escribió como tal. Se trata de una recopilación llevada a cabo por Jorge Vigón y publicada en 1.934, a partir de textos procedentes, sobre todo, de la Historia de los heterodoxos españoles.

Su reciente reedición en Ciudadela Libros da que pensar. A finales de siglo XIX escribe Don Marcelino con la intención de salir al paso de una tan larga decadencia nacional, pues ésta se llevaba por delante no sólo fama y barcos, sino la honra.

El prolongado absolutismo borbónico, con su Ilustración tan poco española, de no ser por Feijoo y Jovellanos, a la que siguió una devastadora y esterilizante invasión napoleónica, parecía construido tanto para rehacer la casa de aquella monarquía agotada con recetas de economía doméstica, como para pasar por alto el problema de la identidad amenazada de muerte por los embates de la Leyenda Negra anti-española, precisamente de aquella España que si salvó los trastos a la dinastía fue porque sobrevivió en el pueblo sacrificado y leal, antes que en los despachos de Aranda y Campomanes, o de Calomarde.

A lo largo del siglo esa misma conciencia colectiva se iría postrando bajo el liberalismo de salón, cuartel y café. En 1934 la Revolución, o como se quiera llamar ese racionalismo redentor de cartabón, exaltado de ideología mesiánica, pretendía en nombre de una voluntad popular siempre despreciada, sacar por fin a España de la Historia, para ponerla en el progreso y en la ciencia, para hacer de ella todo un figurín de cátedra de Institución Libre de Enseñanza. Jorge Vigón, hombre de la Acción Española de Maeztu, revista que aglutinó en sus páginas las plumas de Calvo Sotelo y de Pemán, de Pradera, Sánchez Mazas o Jiménez Caballero, en ese profético año 34, retoma a Menéndez Pelayo para intentar que España se mire a sí misma cara a cara y así enderezarse de caminos de perdición.

El por qué de España

No lo consiguió, como tampoco Don Marcelino. Misteriosa es la Historia, pues nos devuelve a necesidad las reflexiones de este libro justo cuando ya nadie sabría explicar porqué España mereció existir y si acaso deba seguir haciéndolo.

El enfoque de la obra intelectual del mayor pensador conservador español de su época, se resume en la afirmación siguiente: Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia, muy próxima a la imbecilidad senil.

La obra quiere mostrar cómo la mejor España es una realización de una idea religiosa, filosófica, moral y política, no es producto del azar geográfico o de las dialécticas económicas, sino de una profunda unidad de origen religioso, espiritual. Que cuanto más se iguala y centraliza, más se desune y esteriliza, pues lo católico es, a la vez, amor a lo concreto y vocación de universalidad. Sólo eso explica la naturaleza de un pueblo que conquista su suelo perdido, se aboca a la defensa de la unidad cristiana en el corazón de Europa y acude a los confines de la Civilización a defenderla del Oriente de las hordas asiáticas y turcomanas.

Los ideales

Para esa misma dignidad cruza los océanos para elevar a los indios a la condición jurídica y moral de seres humanos e hijos de Dios. A su vez cada español, tan celoso de la tierra en la que nace, de sus libertades políticas, se sacrifica para la empresa de lo común a condición de no confundir su patria con el Estado nacido de una lejana y abstracta voluntad centralizadora e igualitarista, segura de sí y despectiva de la identidad, a la que entonces el español se aferrará para mirar el Estado con una irónica indiferencia que aún hoy causa perplejidad al europeo culto. Ante el lector, si sabe prescindir del estilo exaltado y retórico de la época, desfilará de nuevo el cortejo de España, desde Roma hasta el convulso XIX.

Sin duda dará luz a la comprensión de lo que habría de venir y, como no, a lo que hoy podríamos temer. Aunque la dialéctica reaparece en los salones y en los despachos haciendo inútiles –Dios no lo permita–, los lazos del amor y del común sacrificio, cuyos frutos materiales gozamos hoy, una vez más, tal vez el pueblo siga retomando sereno el cayado de la esperanza y el zurrón de su memoria. A ello de nuevo anima, por tercera vez, esta Historia de España.

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