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Encender un fuego. Jack London

Jack London es la épica del Norte, de Alaska, de ese territorio indómito y refractario al hombre en el que suceden aventuras que cuentan con un protagonista, a veces principal, a veces secundario, que es la Naturaleza en estado puro. También asociamos el nombre de London a ese Colmillo blanco, el perro que inmortalizaría la pluma de ese aventurero que vivió en sus propias carnes muchas de las historias que después nos legaría.

En este Encender un fuego vamos a encontrar algunos de los elementos previsibles en Jack London, pero quienes esperen una narración épica y trepidante se llevarán un chasco. Relato breve, minimalista casi, escaso de personajes, sobrio en la trama, incluso nos atreveríamos a decir que rozando el naturalismo en sus detalles. Un hombre, explorador, y su perro, hincan una exploración junto al río Yukón, helado, inmenso y traicionero, bajo unas condiciones realmente extremas (esa obsesión por los grados bajo cero, que alcanzan niveles inimaginables, ese frío cortante y agresivo que quema y mata). La obra se arma con sólo dos protagonistas adicionales: la Naturaleza y el fuego. La primera, lo hemos dicho ya, poderosa e implacable, omnipresente, y no de modo silencioso como acostumbra, sino chillándonos, lanzándonos a la cara sus gélidas bocanadas de fría muerte. El fuego como esperanza ante un entorno que nos aprisiona, breve oasis donde mitigar su impacto, clavo ardiendo al que agarrarnos para mantener el tenue hálito de vida que nos sostiene.

Y nada más. Ningún otro elemento superfluo; tan solo los pensamientos de un hombre que va desplazándose de la confianza, insensata, al sentimiento de acorralamiento que se va imponiendo a medida que avanza en su trayecto hacia el campamento donde le esperan sus compañeros. Pensamientos duros, ni suavizados ni edulcorados, constatando la realidad precisa de cada momento, reprimiendo cualquier concesión al sentimentalismo. No hay lugar aquí para la épica, para el sacrificio, para el sentido; estamos ante la mera lucha por la supervivencia de un ser que no aspira a nada más que a eso. Así de duro, así de claro.

Mención aparte merecen las ilustraciones de Nathaële Vogel, que aciertan al expresar el juego que se establece entre los cuatro personajes que antes hemos señalado. Especialmente acertadas al encarar la relación hombre-perro, muy alejada de lo que podríamos esperar, marcada por la fuerza y el interés propio.

No estamos pues ante una obra de consumo para adolescentes, ni tan sólo ante una novela de aventuras más, sino ante un relato breve y descarnado que encontrará mejor recepción entre el público adulto que entre los jóvenes que quedarán desconcertados ante su crudo planteamiento. Encender un fuego puede ayudarnos también a descubrir a un autor, Jack London, que merece superar la etiqueta de “autor juvenil” y a comprender mejor el porqué de su trágico final. Si la vida es tan fría como presenta este relato, no resulta tan descabellado elegir abandonarla.

Encender un fuego. Jack London. Editorial Blume. 80 páginas.

 

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