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Sobre las religiones. Alexis de Tocqueville

El título del libro, Sobre las Religiones, quizás no le llame la atención en demasía, pero su autor, Alexis de Tocqueville, sí debería hacerlo. Y es que nos encontramos con una recopilación de los escritos que el gran pensador francés dedicó a las religiones, dispersos en sus obras, principalmente en la indispensable Democracia en América, en informes y en su correspondencia. Los textos se agrupan en cuatro bloques, correspondientes al Islam, el Hinduismo, el Cristianismo y el Catolicismo, y se presentan debidamente contextualizados por el prestigioso profesor Jean-Louis Benoit, en traducción meritoria (pues es importante la precisión en el terreno del lenguaje religioso) al castellano de Fernando Caro.

Tocqueville, católico por familia, perderá la fe de sus padres en su juventud y vivirá el resto de su vida en un agnosticismo que rechaza el ateísmo y que está marcado por un cariño nostálgico hacia la religión en que fue educado. De hecho, su convencimiento de que la religión era un elemento decisivo para el mantenimiento del orden en las sociedades acerca su postura hacia algunas escuelas positivistas e incluso le conecta con Charles Maurras.

Pero si bien el saber cuáles son las creencias en materia religiosa de Tocqueville resulta interesante, el principal interés del libro radica en su análisis de las religiones desde fuera, aplicándoles esa mirada sociológica y analítica que tan buenos resultados le dio en La Democracia en América. En realidad Tocqueville escribe a partir de un extenso trabajo de documentación y consulta, como se puede comprobar a lo largo de las páginas de este libro, y cuando es posible, observando in situ los efectos sociales del predominio de una religión en un lugar determinado.

Quizás las partes más interesantes son las referidas al Islam y al hinduismo, por ser las más desconocidas hasta el momento. En lo que se refiere al Islam, su lectura atenta del Corán y su presencia en Argelia le hacen apartarse de la moda filomusulmana del momento que había afectado a muchos intelectuales franceses (las apuestas peregrinas de la intelectualidad no son un invento de hoy) y emitir un juicio muy negativo del Islam a partir de la constatación de que su rasgo definitorio es la “concentración y confusión de los dos poderes”, político y religioso. En cuanto al hinduismo, su rígido sistema de castas le parece un freno insuperable a la mejora social.

Las páginas dedicadas al cristianismo en general y al catolicismo en particular son más conocidas, al provenir en muchos casos de sus obras más difundidas. Tocqueville es también aquí un observador mesurado, aunque a medida que nos acercamos a su país, Francia, y a su época, sus juicios pierden ecuanimidad y aparecen las pasiones y los prejuicios, fenómeno lógico al pasar de espectador a protagonista. No obstante, no es necesario compartir todas y cada una de las afirmaciones de Tocqueville para reconocerle su interés, su mirada sugerente y sus observaciones que son todo menos anodinas.

Sobre las religiones. Alexis de Tocqueville. Ediciones Encuentro. 160 páginas

El palo de hockey volador. Jolly Roger Bradfield

El palo de hockey volador es un album ilustrado modélico. Por un lado, las ilustraciones del autor, aunque tienen ya casi medio siglo, siguen resultando actuales y esto es por su calidad indudable. Pero lo que realmente sostiena el libro es el relato, una aventura simpática, que como los grandes relatos infantiles, es descabellada pero al mismo tiempo parece casi creíble (y así lo viven los niños, que asumen que lo fantástico podría bien ser real).

La aventura nos transmite el amor por la aventura en estado puro, la generosidad y la disponibilidad por ayudar a los demás, el agradecimiento… todo ello valiéndose de una estructura cíclica que tan bien resulta en este tipo de relatos. Pero Bradfield no es moralizante, sino que todas esas moralejas aparecen, de manera no forzada, en una historia divertidísima y llena de humor.

No me resisto a dejar de señalar la cita de Dostoievski que el editor ha insertado en la página de créditos: “Sin algún vestigio de algo positivo y bello el hombre no puede salir de la infancia y entrar en la vida; sin algún vestigio de algo positivo y bello no se puede poner a una generación en el camino de la vida”.

El palo de hockey volador. Jolly Roger Bradfield. Ediciones Encuentro. 64 páginas

La incomparable Isabel la Católica. Jean Dumont

Quienes acudan al magistral libro del hispanista francés Jean Dumont en busca de una biografía de la Reina Católica (por cierto, título que no se debe a los forofos de Isabel sino que fue formalmente otorgado por el Papa) donde conocer todos los pormenores de la vida de la reina se habrán equivocado. Porque el libro es otra cosa, ni mejor ni peor, simplemente otra: un repaso y un balance a los principales hechos y decisiones políticas que nos sirven para comprender toda una época que, además, es clave para entender España y, en cierto modo, el mundo en que vivimos. Que, tras su lectura, aparezca la figura de una reina prudente, visionaria, decidida, valiente y, como quien no quiere la cosa, santa, es el resultado final de ese balance, sugerido por los datos más que afirmado, y que alejan este libro del género hagiográfico, pues de un libro de historia, y rigurosa, se trata.

Y es que uno de los rasgos que definen este trabajo de Dumont es su rigor, su dominio de toda una época, y la cantidad de datos concretos que van apuntillando sus afirmaciones y juicios; y esto sin caer nunca en el academicismo, pues el libro se lee con gusto y está destinado a un lector culto pero no necesariamente académico. Dumont, por otra parte, no rehúye las cuestiones polémicas, al contrario, las aborda de frente y en muchas ocasiones en abierto y documentado desacuerdo con algunos de los historiadores más reputados, que salen malparados ante el rigor del autor. En este sentido destacan las numerosas desautorizaciones al también francés Joseph Pérez, al que Jean Dumont reconoce los méritos, cuando los tiene, pero al que desarbola cuando sostiene datos erróneos o realiza comentarios sesgados.

Otro de los grandes méritos del libro es su capacidad para comprender la época y explicar las motivaciones de las decisiones que toma Isabel. Aquí lo fácil, y lo más común, es juzgar desde nuestra mentalidad en un ejercicio de anacronismo que da lugar a pésimos resultados. También se puede caer en el vicio contrario de aceptar acríticamente todo lo que hizo esta brillante estadista. Dumont no hace ni una cosa ni la otra: primero intenta comprender la situación, los condicionantes, las alternativas reales, para luego explicarnos el camino que tomó la Reina, su lógica y motivaciones. Algunas decisiones nos aparecen como innegablemente acertadas, otras como más grises, disyuntivas difíciles en las que resulta difícil emitir un juicio, pero nunca se erige en un juez moderno que reparte sentencias de culpabilidad desde el confort de nuestro presente.

Los aspectos que aborda el libro son capitales: desde la infancia y juventud de Isabel con su accidentado acceso al trono de Castilla y su matrimonio de amor y estrategia a un tiempo, hasta los principales hitos de su reinado: conquista de Granada, expulsión de los judíos, problema morisco, instauración de la Inquisición, descubrimiento y evangelización de América (por cierto, Cristóbal Colón no sale muy bien parado). Aunque no sea el tema más crucial, el capítulo dedicado a la labor de mecenazgo de Isabel la Católica sobre las artes es impresionante y echa por tierra la imagen tópica de un reinado oscurantista. No parece exagerado decir que la España de los Reyes Católicos fue el centro mundial del arte, hecho que confirman los numerosísimos artistas que desde toda Europa vinieron a la península para enriquecerla en lo que se conoció como estilo isabelino. También resultan sumamente reveladoras las páginas dedicadas a la Inquisición y al problema de los conversos judaizantes, que nos dan una visión ecuánime y desapasionada de un tema muy delicado, resultando en una visión muy diferente de las comúnmente aceptadas. En suma, estamos ante un magnífico libro de historia que nos ayuda a comprender toda una época, aunque el título pueda llevarnos a engaño.

La incomparable Isabel la Católica. Jean Dumont. Ediciones Encuentro, 242 págs.

La ética de la redistribución, Bertrand de Jouvenel.

Hay libros que colocamos en la estantería o amontonamos en la mesita de noche, donde pasan meses; hasta que un día, al tomarlos en nuestras manos y empezar a leerlos, nos damos cuenta de que hemos tenido aparcada una auténtica joya. Es lo que me ha sucedido con La ética de la redistribución, de Bertrand de Jouvenel. El autor, un clásico siempre interesante, y el tema, uno de los fundamentos no discutidos (casi indiscutibles) del consenso socialdemócrata en que nos ha tocado vivir, auguraban que estaba ante una obra que no podría leer sin desperdicio. Y no me ha defraudado.

El libro es breve pero enjundioso y aborda, con calma y precisión, alejado de la polémica fácil y atendiendo a los fundamentos de la cuestión, el proceso por el que se ha ido implantando un Estado con una enorme burocracia cuya justificación es la redistribución de la renta entre los diferentes estratos socioeconómicos. El tema, quitar a los ricos para dar a los pobres, no ha dejado de cobrar más importancia desde entonces.

Jouvenel va armando su argumentación con tranquilidad y precisión, delimitando la cuestión y, por ejemplo, señalando las diferencias existentes entre el redistribucionismo agrario y los argumentos para la redistribución modernos, teñidos de un socialismo que busca un utópico hombre nuevo. De un plumazo barre con la incoherencia socialista: “Si el bien de la sociedad reside en un aumento de la riqueza, ¿por qué no también para los individuos? (…) Si el apetito por la riqueza es malo en los individuos, ¿por qué no es malo para la sociedad?”.

Ya entrado en materia, Bertrand de Jouvenel nos descubre que bajo el énfasis en la redistribución no se esconde la preocupación por aquellos que viven en condiciones indignas y humillantes. No se trata de esto, algo no sólo asumible sino propio de una sociedad sana: se trata de de imponer el igualitarismo, sin que importe tanto qué suelo digno se fije como limitar los ingresos (de hecho, señala el autor, algunos redistribucionistas estarían menos satisfechos aumentando el nivel general de renta sin alterar la desigualdad que aplastando las desigualdades).

El otro rasgo de este moderno redistribucionismo que se ha instalado en nuestras sociedades es su exigencia de que el agente encargado de llevarla a cabo sea el Estado, un Estado cada vez más grande y omnipresente, que tome a su cargo cada vez más decisiones sobre la vida de las personas (bueno, para ser precisos, más que el Estado, es “el juicio subjetivo de la clase que diseña las políticas”).

Claro está que si se analiza, datos en mano, qué queda del argumento primario y sentimental estilo Robin Hood (Jouvenel pone el dedo en la llaga cuando escribe: “Se ha convertido en un hábito moderno llamar justo a cualquier cosa entendida como emocionalmente deseable”), la realidad es que los ricos siempre han tenido mecanismos para escapar a la presión recaudatoria. El siguiente paso, resulta evidente, será quitar no a los ricos, sino a estratos crecientes de lo que se ha dado en llamar a clase media. ¿Para dar a los pobres? Bueno, no mucho, pues la “enorme maquinaria social” que hemos construido, el Estado burocrático, absorbe buena parte de los recursos drenados a las familias de clase media. Y si analizamos con mayor detalle, señala Jouvenel, y desagregamos en grupos más compactos esa nebulosa clase, contemplamos cómo la redistribución deja de ser de arriba abajo para convertirse en flujos horizontales que benefician a determinados colectivos… que incluso pueden disponer de mayores rentas que aquellos a quienes se les ha quitado para, en teoría, dar a los pobres. Nuestro autor no había imaginado el espectáculo actual de los millonarios rescates bancarios, pero algo intuía.

La realidad se asemeja en bien poco a la teoría emotiva inicial.

Hay mucho más en este pequeño libro: la falacia de argumentar sobre la base de las satisfacciones subjetivas y la medición de la felicidad, mostrando así el camino sin salida al que lleva el individualismo utilitarista; una sólida crítica al marginalismo de la renta; la discriminación fomentada en nombre de la igualdad; cómo el aumento de la redistribución conduce siempre a una extensión de los poderes del Estado; el trato discriminatorio hacia las familias y en favor de las corporaciones, etc. En definitiva: estamos ante un libro importante y enjundioso, que no debería pasar inadvertido y cuya tesis central es crucial: “Mi argumento –escribe Jouvenel– es que las políticas redistribucionistas han provocado un cambio de mentalidad ante el gasto público, cuyo principal beneficiario no es la clase con una renta más baja frente a la clase de renta superior, sino el Estado frente al ciudadano”.

Un último detalle: es todo un placer comprobar que aún existen académicos como Armando Zerolo, quien además de traducir nos regala una serie de notas, útiles e impecables, y muestra su profundo conocimiento del autor y de su obra en el brillante estudio preliminar que sirve de prólogo al texto.

Bertrand de Jouvenel, La ética de la redistribución, Encuentro, Madrid, 2009, 152 páginas.

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