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84, Charing Cross Road. Helene Hanff

De vez en cuando aparecen obras tocadas de una gracilidad especial: parecen haber sido escritas en estado de gracia, fluyen con facilidad y su carácter leve, alejado de todo envaramiento, las hace frescas y, en una palabra, redondas. Esto no significa que sean obras maestras, sublimes creaciones que perdurarán por siglos; son justo eso, obras logradas, que encandilan, resultonas. Estos libros, no muy largos, se suelen leer de corrido y provocan en el lector el deseo irreprimible de compartir el descubrimiento con sus amistades más lectoras. Así se producen esos fenómenos de boca-oreja que en los últimos años han encumbrado a Alessandro Baricco, Sandor Marai o Carlos Ruíz Zafón. 84 Charing Cross Road de Helene Hanff es uno de estos libros.

Escritora y guionista de televisión, poco podía imaginarse Hanff que el éxito le iba a llegar cuando, ya cincuentona, se le ocurrió publicar una selección de la correspondencia que, desde 1949 y a lo largo de tres décadas, mantendría con su librero londinense, Frank Doel, empleado de la librería de viejo Marks & Co., sita en el número 84 de Charing Cross Road (la foto de portada de la presente edición es precisamente de dicho establecimiento, por desgracia desaparecido en la actualidad). Unas cartas que empiezan con todos los formalismos propios de un intercambio epistolar comercial y entre desconocidos, pero que irá introduciéndose en la intimidad de un discreto, eficaz y al tiempo tierno librero y una divertida y vitalista escritora autodidacta. Con el paso del tiempo la relación se irá abriendo a otros empleados de la Marks & Co. y a la familia de Frank Doel, estableciéndose así una relación múltiple y a distancia que viene a representar una especia de mundillo paralelo habitado por gentes sensibles y bien educadas.

Las cartas son deliciosas; al menos para un amante de los libros y la lectura. Junto con Helene se entusiasmará el lector ante al goce físico que también nos ofrecen esos libros de antaño, se indignará ante una burda traducción de la Vulgata latina a la lengua vernácula (“Lo pagarán con el infierno…, miren que les digo” afirma la judía Hanff) y exultará de placer ante el descubrimiento de un nuevo autor que nos interpela desde el pasado. Es posible que no esté al alcance de todo el mundo, pero no deja de ser emocionante asistir, día a día, al itinerario literario de una persona con inquietudes reales, más allá de la moda de cada momento. Así iremos, de la mano de Helene, visitando a Newman y su Universidad ideal, Pepys y sus Diarios, Belloc, Tristram Shandy, Tocqueville o Kenneth Grahame. Todos grandes.

Además, las cartas nos irán introduciendo, a través de las referencias más prosaicas, especialmente aquellas que se refieren a los alimentos que la norteamericana envía a sus corresponsales londinenses, en los avatares de la vida cotidiana de la posguerra: desde los racionamientos de alimentos en Gran Bretaña (y así oíremos hablar de los huevos en polvo, de dudoso gusto y execrable consistencia) hasta los primeros automóviles utilitarios, pasando por el intercambio de recetas del auténtico pudding de Yorkshire. Y siempre con un trasfondo literario que nos deja comentarios que son perlas, como el que se refiere a la necesidad de releer los libros de valía, o el que transcribimos a continuación, para nada academicista: “personalmente creo que no hay nada menos sacrosanto que un mal libro e incluso un libro mediocre”.

84, Charing Cross Road. Helene Hanff. Anagrama. 128 páginas.

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