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Centauros del desierto. Alan Le May

Valdemar ha emprendido una de las aventuras editoriales más interesantes de los últimos tiempos, no exenta de riesgo: recuperar para el lector, se supone que un poco culto, las obras maestras de la literatura del western. Sí, han leído bien, historias de vaqueros, con unos cuantos indios normalmente. Y sí, no se trata de novelas de quiosco (muy dignas, por cierto, y donde se encuentra alguna pequeña joyita) sino de obras cumbres de la literatura norteamericana o, mejor dicho, de la literatura a secas.

Una apuesta por un género que a muchos provocará un cierto recelo. Creemos que ya lo sabemos todo sobre el Lejano Oeste,  que lo hemos visto todo en las miles de películas de vaqueros que hemos contemplado, mayoritariamente después de comer. Pero no es así. La lectura de un clásico como Centauros del desierto (que en realidad se titula The Searchers, pero para la que Valdemar ha mantenido el título cinematográfico con que se conoce la obra en España) lo demuestra ya desde las primeras páginas, que arrancan con una fuerza expresiva excepcional.

Y es que al leer este libro uno entiende porqué el gran maestro que fue John Ford se fijo en él: una obra que alcanza cotas sublimes y que iguala como mínimo a la genial película. Estamos ante una obra de género, con todos sus códigos, que se respetan escrupulosamente y que, de paso, nos entrega una valiosa información sobre el modo de vida en la frontera de Texas en la época de los últimos enfrentamientos con los comanches. Pero lo que uno descubre es que el género, en este caso el western, es un camino igualmente válido (si no más) para tratar los temas universales que afectan al hombre. El amor, la venganza, la amistad, la lealtad, el compromiso, las ambiciones, el remordimiento… van desfilando ante nuestros ojos de un modo vívido y para nada abstracto a lo largo de las idas y venidas de un par de cowboys emperrados en un imposible.

Lectura seria y adulta, que recupera definitivamente un género ya universal y que constituye una de las joyas de la rica narrativa estadounidense.

Centauros del desierto. Alan Le May. Valdemar. 368 páginas.

Mi gran libro de los indios, de Tea Ross.

¿Por qué nos fascinan los indios pieles rojas? Quizás fueron los westerns los que fijaron en nuestras mentes infantiles ese arquetipo del guerrero, enemigo pero admirable, despiadado pero noble. Lo cierto es que, quien más quien menos, en alguna ocasión nos hemos puesto del lado de los irreductibles salvajes de las praderas y hemos soñado con la vida trashumante en busca de la caza del bisonte. En definitiva, el arquetipo del piel roja ha quedado fijado en nuestra cultura como un mito de independencia y combatividad de tal modo que el propio término “indio”, que sólo por error se les aplicó en un primer momento, ha terminado por convertirse en su apelativo común para desgracia de los pobres indios de la India, privados de este modo de su uso corriente.

Algo que ver en esta glorificación del indio tienen los residuos románticos de principios del siglo XX. Si bien el indio hace su aparición en la literatura popular y juvenil con anterioridad, será a principios del siglo pasado cuando su figura se popularizará. Estamos en pleno apogeo de la literatura de aventuras y de viajes, el mito del buen salvaje ha abandonado los escritorios de los filósofos para llegar al hombre de la calle a través de la saga de Tarzán de los monos y Zane Grey transporta a millares de jóvenes hasta el agreste escenario del lejano Oeste. Es en este contexto en el que la figura del indio va configurándose con características propias: independiente, valeroso, ligado a la naturaleza, amigo de los animales, huraño, noble, sensible, autosuficiente, hombre de palabra,… Es altamente probable que no todos los indios fueran así, pero qué le vamos a hacer, los mitos son los mitos y ahí reside su gracia.

No estoy seguro de que todos los niños de hoy en día compartan esta fascinación, en cualquier caso me parece bastante saludable: siempre será mejor jugar con arcos y flechas de madera que aniquilar civiles en la pantalla de la consola. Es por ello que este Mi gran libro de los indios puede servir de iniciación para que nuestros hijos descubran cómo vivían y viven esas tribus que tanto nos han hecho soñar. Porque a la vez que el mito y la imagen idealizada, será bueno que nuestros pequeños descubran la realidad de la vida de los indios, sus costumbres, sus diversiones, sus ocupaciones; y este libro cumple con estas expectativas de manera formidable.

Ilustrado con gusto y profusión, el libro va pasando revista a diversos aspectos del día a día indio. Así pasaremos revista a las casas de los indios, desde los wigwams a los tipis, pasando por los iglúes (sí, los esquimales también son indios), nos detendremos a estudiar la interrelación entre los indios y las manadas de bisontes, curiosearemos en la vida familiar, sus vestidos, juguetes y diversiones, los seguiremos cuando se pongan en pie de guerra y descubriremos que aún quedan indios pieles rojas en Estados Unidos (a diferencia de en Hispanoamérica, y debido a la acción de los anglosajones, más bien pocos). Todo ello escrito en un lenguaje perfectamente adaptado a los niños, especialmente aquellos que están entre los 8 y los 10 años, que disfrutarán de lo lindo con este libro. Y es que al tema, atractivo de por sí, se le une la elección de ciertos aspectos que lo hacen un éxito seguro: los signos que utilizaban para comunicarse los indios, las señales de humo, el significado de las pinturas de guerra o las plumas con las que adornaban sus cabelleras no dejan indiferente a ningún niño, ni siquiera, por seguir con la comparación de antes, al más embrutecido jugador de playstation.

Mi gran libro de los indios. Thea Ross. Acanto. 46 páginas.

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