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Sobre el amor humano. Gustave Thibon

En Sobre el amor humano el filósofo francés Gustave Thibon nos ofrece una reflexión seria y desbordante de una sabiduría tranquila y fundada en la realidad. El libro se compone de cuatro partes, que en realidad son escritos independientes, pero que el autor reunió en un solo libro en 1962 y que ahora podemos leer en traducción al español.

El primero aborda el conflicto entre el espíritu y la vida y el segundo, bajo el título Sentido y Espíritu, aborda la tensión inherente a nuestra parte espiritual frente a nuestra vida sensitiva. En estos dos capítulos Thibon dialoga sobre todo con Nietzsche y por otra parte defiende la unidad del hombre, cuerpo y alma, que nunca puede ser ni ángel ni animal por completo.

El tercer capítulo, titulado Amor y Matrimonio, es en mi opinión el más valioso, una pequeña joya que aúna claridad y profundidad de pensamiento con un enorme realismo basado en la experiencia. No estamos ante un ejercicio descarnado, al contrario, pero tampoco nos movemos en el plano de los hechos consumados. Uno, que ya lleva unos cuantos años disfrutando del matrimonio, no puede dejar de pensar en lo bueno que sería que todos los jóvenes que se plantean el matrimonio o que han empezado su singladura matrimonial leyeran este breve capitulo. Les sería sin duda de gran provecho.

Por último, el capítulo titulado Purificacion del Amor aborda las etapas de un amor que no quiere agotarse en el tiempo, pero sin caer en una visión rosa e irreal. Así, el amor que nace pasa por una crisis y está llamado a superarla en una transfiguración.

Un último comentario: toda la obra está salpicada de agudas y profundas reflexiones que harán disfrutar al lector atento.

Sobre el amor humano. Gustave Thibon. El Buey Mudo. 150 páginas.

La historia de España. Marcelino Menéndez Pelayo

Reproduzco aquí la magnífica reseña escrita por mi buen amigo Emili Boronat en Forum Libertas:

He aquí un libro peculiar: su autor nunca lo escribió como tal. Se trata de una recopilación llevada a cabo por Jorge Vigón y publicada en 1.934, a partir de textos procedentes, sobre todo, de la Historia de los heterodoxos españoles.

Su reciente reedición en Ciudadela Libros da que pensar. A finales de siglo XIX escribe Don Marcelino con la intención de salir al paso de una tan larga decadencia nacional, pues ésta se llevaba por delante no sólo fama y barcos, sino la honra.

El prolongado absolutismo borbónico, con su Ilustración tan poco española, de no ser por Feijoo y Jovellanos, a la que siguió una devastadora y esterilizante invasión napoleónica, parecía construido tanto para rehacer la casa de aquella monarquía agotada con recetas de economía doméstica, como para pasar por alto el problema de la identidad amenazada de muerte por los embates de la Leyenda Negra anti-española, precisamente de aquella España que si salvó los trastos a la dinastía fue porque sobrevivió en el pueblo sacrificado y leal, antes que en los despachos de Aranda y Campomanes, o de Calomarde.

A lo largo del siglo esa misma conciencia colectiva se iría postrando bajo el liberalismo de salón, cuartel y café. En 1934 la Revolución, o como se quiera llamar ese racionalismo redentor de cartabón, exaltado de ideología mesiánica, pretendía en nombre de una voluntad popular siempre despreciada, sacar por fin a España de la Historia, para ponerla en el progreso y en la ciencia, para hacer de ella todo un figurín de cátedra de Institución Libre de Enseñanza. Jorge Vigón, hombre de la Acción Española de Maeztu, revista que aglutinó en sus páginas las plumas de Calvo Sotelo y de Pemán, de Pradera, Sánchez Mazas o Jiménez Caballero, en ese profético año 34, retoma a Menéndez Pelayo para intentar que España se mire a sí misma cara a cara y así enderezarse de caminos de perdición.

El por qué de España

No lo consiguió, como tampoco Don Marcelino. Misteriosa es la Historia, pues nos devuelve a necesidad las reflexiones de este libro justo cuando ya nadie sabría explicar porqué España mereció existir y si acaso deba seguir haciéndolo.

El enfoque de la obra intelectual del mayor pensador conservador español de su época, se resume en la afirmación siguiente: Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia, muy próxima a la imbecilidad senil.

La obra quiere mostrar cómo la mejor España es una realización de una idea religiosa, filosófica, moral y política, no es producto del azar geográfico o de las dialécticas económicas, sino de una profunda unidad de origen religioso, espiritual. Que cuanto más se iguala y centraliza, más se desune y esteriliza, pues lo católico es, a la vez, amor a lo concreto y vocación de universalidad. Sólo eso explica la naturaleza de un pueblo que conquista su suelo perdido, se aboca a la defensa de la unidad cristiana en el corazón de Europa y acude a los confines de la Civilización a defenderla del Oriente de las hordas asiáticas y turcomanas.

Los ideales

Para esa misma dignidad cruza los océanos para elevar a los indios a la condición jurídica y moral de seres humanos e hijos de Dios. A su vez cada español, tan celoso de la tierra en la que nace, de sus libertades políticas, se sacrifica para la empresa de lo común a condición de no confundir su patria con el Estado nacido de una lejana y abstracta voluntad centralizadora e igualitarista, segura de sí y despectiva de la identidad, a la que entonces el español se aferrará para mirar el Estado con una irónica indiferencia que aún hoy causa perplejidad al europeo culto. Ante el lector, si sabe prescindir del estilo exaltado y retórico de la época, desfilará de nuevo el cortejo de España, desde Roma hasta el convulso XIX.

Sin duda dará luz a la comprensión de lo que habría de venir y, como no, a lo que hoy podríamos temer. Aunque la dialéctica reaparece en los salones y en los despachos haciendo inútiles –Dios no lo permita–, los lazos del amor y del común sacrificio, cuyos frutos materiales gozamos hoy, una vez más, tal vez el pueblo siga retomando sereno el cayado de la esperanza y el zurrón de su memoria. A ello de nuevo anima, por tercera vez, esta Historia de España.

Las ideas tienen consecuencias. Richard Weaver

Hay libros que están justificados sólo por su título, y éste es uno de ellos. Hay también libros que se justifican con tan sólo leer el índice, y éste vuelve a ser uno de ellos. Si además el libro contiene ideas sugerentes, no es difícil entender porqué la obra de Weaver se ha convertido en un clásico del pensamiento conservador.

El libro empieza con atrevimiento, lo cual es algo de agradecer en los tiempos que corren. ¿A quién se le ocurre remontar la crisis de la civilización occidental al nominalismo de Guillermo de Occam? Pues así empieza su particular viaje intelectual Richard M. Weaver; un viaje con muchos elementos comunes con el de otros pensadores de filiación conservadora, como no podía ser de otro modo, y que va desgranando los elementos clave para, en su opinión, entender la crisis global en la que nos hayamos sumidos (y no sólo el último crash bursátil). Eso sí, sin abandonar nunca un tono provocativo, que no oculta sus vastos referentes ni su falta de complejos a la hora de alinearse en las filas de la reacción, y con abundantes momentos de genialidad que uno no puede leer sin regocijo y que vienen a ser retos intelectuales lanzados, como quien lanza el guante, en la cara del progresismo.

Repasemos algunos ejemplos. Weaver verá, en la insensibilidad del mundo ante su propia degradación una de las pruebas que la confirman. O criticará el legado del sentimentalismo imperante, que valora ante todo la inmediatez y que constituye la invasión vertical de los nuevos bárbaros… nuestros propios hijos. También denunciará el ataque a las formas como un modo de ataque contra la autoridad, ausente de este nuestro barco que se hunde. El capítulo dedicado al periodismo, La Gran Linterna Mágica, es brillantísimo, equiparando el sensacionalismo sin pudor con la pornografía. Y cuando escribe del fenómeno de la fragmentación de los saberes y de cómo el especialista vive al borde de la psicosis, uno no puede dejar de escuchar ecos chestertonianos, esos que nos hablan de unos locos racionales, pues lo han perdido todo menos la razón.

Siempre valiente y con frecuencia genial

Por otra parte Weaver contempla como el odio a las jerarquías, la obsesión igualitarista, es una perversión que “reza que en las sociedades justas no puede haber distinciones”, allanando así el camino hacia la injusticia más absoluta, el socialismo que expulsa la libertad como generadora de desigualdad de la sociedad. Otro de los momentos más brillantes del libro es el dedicado a lo que Weaver llama “psicología del niño malcriado”, esa tiranía de los deseos que se ha convertido en hegemónica en nuestra sociedad. Por cierto, que nos advierte muy sensatamente de que un pueblo malcriado, que rehúye el esfuerzo, requiere un poder despótico. Los últimos acontecimientos parecen confirmar esta apreciación.

El libro, no obstante, no está libre de apreciaciones discutibles. En mi opinión, su platonismo obsesivo, su tendencia a plantear la vida como disyuntivas absolutas y una lectura parcial y superficial de Aristóteles, lastran algunos momentos de la obra. Pero es que no estamos ante un tratado escolástico, sino ante una explosión, un arrebato, de alguien que ve cómo nuestro mundo se desmorona mientras brindamos con champán.

Weaver tuvo, además, la valentía de proponer algunas soluciones. Y digo valentía porque es asumir grandes riegos, hacer propuestas concretas, que se verán afectadas irremisiblemente por el transcurso del tiempo. Su ideal del caballero puede sonar a anacrónico, por ejemplo, pero haríamos bien en no despreciar algunas de las sugerencias que nos ofrece. Entre ellas destacaré dos: la piedad, y no la tolerancia, como fuente de aceptación de los otros seres y su defensa de la propiedad privada como último bastión a defender frente a las ofensivas bárbaras, pues defender la propiedad privada es defender el derecho a ser responsable.

Europa y la Fe. Hilaire Belloc

La lectura de Europa y la Fe, de Hilaire Belloc, no deja indiferente. Belloc escribe con pasión y con intención, y si algo se le puede echar en cara es que quiere decir demasiadas cosas en poco espacio. El tema le arrebata y sentimos que Belloc podría estar hablándonos durante horas y horas. Pero debe ceñirse a la longitud de un breve ensayo y quizás el tener que avanzar aceleradamente, el verse obligado a dar por supuestos muchos aspectos y a omitir otros en favor de lo que él considera más esencial, hacen que este libro requiera un esfuerzo especial de atención y que en ocasiones nos deje con la sensación de que hemos dejado atrás algo importante.

Pero a pesar de esto, Belloc sale airoso de su reto, que no es otro que mostrarnos que, en su feliz formula, Europa es la Fe y la Fe es Europa. Arriesgada afirmación, malentendida por muchos, pero que Belloc argumenta con brillantez y con una erudición fuera de lo normal. Se trata de entender lo que representó el Imperio Romano y cómo la Iglesia no fue la causa de su decadencia, sino la institución que recogió lo que de valioso tenía y le dio una nueva vida, alargando su legado y creando una civilización, la europea, que es su continuación.

Especialmente brillante es el modo en que desmonta las opiniones, extendidas en su tiempo, sobre la importancia de la aportación germánica, que Belloc demuestra que es sumamente marginal. Asimismo sale airoso de su demostración de que el Imperio Romano nunca cesó de existir, ni aún menos fue invadido, sino que sencillamente se transformó casi imperceptiblemente en otra cosa. Por último, su visión de la Reforma como un ataque de los bárbaros y de los poderosos contra el legado clásico y cristiano está cargada de enormes consecuencias. No sabemos si Europa podrá sanar, pero si lo hace será por los caminos que Belloc apunta.

Europa y la Fe. Hilaire Belloc. El Buey Mudo

Aventuras de dos niños en África. Henryk Sienkiewicz

Henryk Sienkiewicz ha quedado vinculado a su famosa obra Quo Vadis, lo que no está nada mal, pero lo cierto es que fue un escritor prolífico del que poco a poco se van traduciendo más títulos. Este Aventuras de dos niños en África, en un registro muy diferente, es una magnífica novela de aventuras que no desmerece (de hecho, recuerda mucho) a algunas de las obras de Julio Verne de temática parecida.

El libro narra las peripecias de dos niños, un joven adolescente polaco y una niña inglesa, secuestrados en Egipto y que pasarán por mil y una aventuras a lo largo de África hasta conseguir regresar con sus padres. Toda la obra se beneficia, por una parte, de la magistral capacidad de Sienkiewicz a la hora de contar historias, y por otra, del conocimiento de primera mano que el autor tiene del escenario en que se desarrollan las aventuras gracias al viaje que emprendió en 1890 por África. Este último rasgo aporta no sólo realismo, sino que nos ofrece un panorama muy interesante del África de la época de las revueltas mahdistas en el Sudán (pensemos que Jartum había caído en 1885, cinco años antes del viaje africano de Sienkiewicz). El libro contrapone la labor civilizadora del colonialismo europeo al islamismo mahdista (no muy diferente del islamismo actual) y al salvajismo de las tribus de ciertas partes del África negra, por entonces aún no exploradas. Por cierto, se muestra con claridad cómo las razzias para capturar negros y esclavizarlos no eran tarea de los europeos, sino de árabes e islamistas.

La narración, por otra parte, busca, a través de una historia emocionante, transmitir el valor de la lealtad, de la valentía, de la generosidad, del mantenerse firme en las propias convicciones, de la confianza en Dios, y lo hace eficazmente. Todo esto lo plasma Sienkiewicz en el héroe, el joven Estasio, que encarna todo aquello de lo que los polacos están orgullosos. Que es mucho y bueno.

Definitivamente muy recomendable para chicos a partir de los 12 años.

Aventuras de dos niños en África. Henryk Sienkiewicz. El buey mudo. 368 páginas.

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