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Cuentos y leyendas cristianos, Rossana Guarnieri

A menudo olvidamos que la fe, cuando es verdadera, genera una cultura en la que las diversas creaciones humanas quedan transidas de esa fe que todo lo penetra; aquí radica el secreto de la civilización cristiana cuyos frutos, por mucho que nos empeñemos en autoflagelarnos, no tiene rival.

Las leyendas que se nos presentan en este libro son una muestra de esta fe que genera una cultura; muestra menor si la comparamos con grandes creaciones artísticas como, por ejemplo, la Capilla Sixtina, pero que tiene la ventaja de que la podemos tener en casa y leer cuando nos venga en gana.

Las leyendas y cuentos cristianos que se nos presentan están, además, bien escritos. Se trata de 21 relatos, de longitud justa para leer antes de irse a la cama (lo suficiente largos para dejar satisfecho al auditorio, lo suficientemente breves para el frecuentemente agotado lector), bien escritos y que mantienen la atención yendo sin muchos rodeos al núcleo de la narración.

En este sentido, como pasa con todo lo tradicional, son narraciones tremendamente eficaces. Sólo un mundo pagado de sí mismo y henchido de pedantería ha podido despreciar un estilo de narrativa popular que, cuando es contemplada sin prejuicios, es toda una maravilla.

Los cuentos no defraudan nunca a la concurrencia y si algún pero podríamos encontrar sería el de cierta previsibilidad en algunas ocasiones. No obstante, esta previsibilidad es para los oídos de un perro viejo como el que esto escribe, que no puede dejar de ver referencias y préstamos de otras obras de su estilo (e incluso de la mitología griega, debidamente reciclada y cristianizada); hecha la prueba ante oídos más jóvenes, se comprueba que el recurso a la sorpresa sigue funcionando en los niños de hoy en día.

Los relatos se completan con numerosas ilustraciones en color, de carácter realista, muy expresivas, y cierto aire de boceto rápido, que ayudan al lector a situarse y visualizar la acción.

El libro resulta, en nuestra opinión, un gran acierto y creemos que puede resultar un instrumento valioso para, al mismo tiempo que disfruta, transmitir una serie de principios y modos de comprender la existencia cristianos que irán forjando una mentalidad, esa segunda naturaleza de la que hablaban los clásicos, profundamente cristiana.

Estamos convencidos de que hará un gran bien en aquellos afortunados que puedan leerlo, por lo que, y aunque no resulte muy académico, les recomiendo que si tienen hijos a partir de los siete u ocho años no dejen de aprovechar cualquier excusa para regalar a sus vástagos este pequeño tesoro.

Cuentos y leyendas cristianos, Rossana Guarnieri. Rialp. 125 páginas

Un Punto Rojo. David A. Carter

Hay algo que hemos olvidado demasiado a menudo: el libro no es un ente de razón sino que, sea cual sea su contenido, se plasma en un objeto material. Del mismo modo que cuerpo y alma, en el hombre, se interrelacionan e influyen mutuamente, el contenido del libro y el mismo libro en su aspecto material forman una unidad en la que ambos aspectos deben ir al unísono. Esta verdad resultaba evidente en tiempos más artesanales en los que detrás de cada libro había alguien que había cuidado de cada detalle del libro que llegaba a nuestras manos, los buenos bibliófilos pueden constatarlo. La producción industrial trajo consigo la eliminación de todo detalle superfluo (sin lo superfluo la vida sería de una sordidez insoportable) y, por desgracia, la banalización y el empobrecimiento de la parte física del libro. Con, estoy convencido, un impacto considerable también en los contenidos. Porque, del mismo modo que uno no decora con, pongamos, tablas flamencas una chabola, la calidad de lo escrito se deteriora irremisiblemente cuando va a ser editado en una pobre edición en todos los sentidos.

Un Punto Rojo viene a confirmar una tendencia en la recuperación del libro como objeto que consideramos muy saludable. No es por casualidad que esta recuperación se haya iniciado en el terreno del libro infantil, región de la que nunca llegó a desaparecer. Porque si hay algo que un libro dirigido a los niños requiere es capacidad para fascinar, irracionalmente, antes incluso de cualquier lectura; eso vendrá luego. Y Punto rojo fascina, en silencio, jugando con el lector al más difícil todavía, jugando a sorprender con nuevas piruetas y golpes de efecto. El libro, aún no lo hemos dicho, consiste en una estructura narrativa muy sencilla: la búsqueda de un punto rojo en cada doble página en la que se despliegan una serie de objetos de cartulina articulada que se van incrementando desde el uno hasta el diez. Hasta aquí nada nuevo, previsible incluso. Pero el cómo… es un alarde de creatividad que no deja indiferente. Con la boca abierta abierta sí, indiferente nunca. Pasando las páginas de esta obra de arte, porque lo es, recreándose en ella, quien esto escribe no ha podido evitar sentirse como si estuviera en un palco del circo, a pie de pista, contemplando la sucesión de números que hacen realidad aquello del más difícil todavía.

Hemos hablado de obra de arte, porque en efecto lo es. Un arte menor, emparentado quizás con la papiroflexia, pero arte al cabo, que nos recuerda los nexos entre el arte y el libro (y aquí podríamos señalar a Doré, a las vanguardias de principios del siglo XX y a tantos otros). Si es cierto que, en cierto modo, somos lo que leemos (incluso en nuestros tiempos virtuales de predominio de la imagen: quien no lee se disuelve en el nihilismo ambiente), también es cierto que somos lo que vemos. El gusto se educa a través de la contemplación de lo bello, así que en los tiempos que corren es más necesario que nunca familiarizar a los niños con la belleza. Punto rojo es una buena manera de hacerlo, con la particularidad de que, como las películas de Pixar, gustan a pequeños y a mayores. Sólo me queda recomendarles que se acomoden bien y que, sin prisas, se zambullan en la búsqueda de este punto rojo, a buen seguro el final de la travesía les dejará con una sonrisa duradera y ganas de hacer partícipes de su descubrimiento a sus allegados.

Un punto rojo. David A. Carter. Combel. 18 páginas.

Mi gran libro de los indios, de Tea Ross.

¿Por qué nos fascinan los indios pieles rojas? Quizás fueron los westerns los que fijaron en nuestras mentes infantiles ese arquetipo del guerrero, enemigo pero admirable, despiadado pero noble. Lo cierto es que, quien más quien menos, en alguna ocasión nos hemos puesto del lado de los irreductibles salvajes de las praderas y hemos soñado con la vida trashumante en busca de la caza del bisonte. En definitiva, el arquetipo del piel roja ha quedado fijado en nuestra cultura como un mito de independencia y combatividad de tal modo que el propio término “indio”, que sólo por error se les aplicó en un primer momento, ha terminado por convertirse en su apelativo común para desgracia de los pobres indios de la India, privados de este modo de su uso corriente.

Algo que ver en esta glorificación del indio tienen los residuos románticos de principios del siglo XX. Si bien el indio hace su aparición en la literatura popular y juvenil con anterioridad, será a principios del siglo pasado cuando su figura se popularizará. Estamos en pleno apogeo de la literatura de aventuras y de viajes, el mito del buen salvaje ha abandonado los escritorios de los filósofos para llegar al hombre de la calle a través de la saga de Tarzán de los monos y Zane Grey transporta a millares de jóvenes hasta el agreste escenario del lejano Oeste. Es en este contexto en el que la figura del indio va configurándose con características propias: independiente, valeroso, ligado a la naturaleza, amigo de los animales, huraño, noble, sensible, autosuficiente, hombre de palabra,… Es altamente probable que no todos los indios fueran así, pero qué le vamos a hacer, los mitos son los mitos y ahí reside su gracia.

No estoy seguro de que todos los niños de hoy en día compartan esta fascinación, en cualquier caso me parece bastante saludable: siempre será mejor jugar con arcos y flechas de madera que aniquilar civiles en la pantalla de la consola. Es por ello que este Mi gran libro de los indios puede servir de iniciación para que nuestros hijos descubran cómo vivían y viven esas tribus que tanto nos han hecho soñar. Porque a la vez que el mito y la imagen idealizada, será bueno que nuestros pequeños descubran la realidad de la vida de los indios, sus costumbres, sus diversiones, sus ocupaciones; y este libro cumple con estas expectativas de manera formidable.

Ilustrado con gusto y profusión, el libro va pasando revista a diversos aspectos del día a día indio. Así pasaremos revista a las casas de los indios, desde los wigwams a los tipis, pasando por los iglúes (sí, los esquimales también son indios), nos detendremos a estudiar la interrelación entre los indios y las manadas de bisontes, curiosearemos en la vida familiar, sus vestidos, juguetes y diversiones, los seguiremos cuando se pongan en pie de guerra y descubriremos que aún quedan indios pieles rojas en Estados Unidos (a diferencia de en Hispanoamérica, y debido a la acción de los anglosajones, más bien pocos). Todo ello escrito en un lenguaje perfectamente adaptado a los niños, especialmente aquellos que están entre los 8 y los 10 años, que disfrutarán de lo lindo con este libro. Y es que al tema, atractivo de por sí, se le une la elección de ciertos aspectos que lo hacen un éxito seguro: los signos que utilizaban para comunicarse los indios, las señales de humo, el significado de las pinturas de guerra o las plumas con las que adornaban sus cabelleras no dejan indiferente a ningún niño, ni siquiera, por seguir con la comparación de antes, al más embrutecido jugador de playstation.

Mi gran libro de los indios. Thea Ross. Acanto. 46 páginas.

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