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La prueba de fuego de Gilbert Pinfold. Evelyn Waugh

La prueba de fuego de Gilbert Pinfold es un relato basado en la vivencia real de las alucinaciones que Evelyn Waugh padeció, provocadas por un envenenamiento debido a un peculiar modo de automedicarse.

El libro se abre con una brillante presentación de Pinfold, alter ego de Waugh, que además de una especie de autorretrato del autor nos brinda una ácida crítica del “periodismo cultural”. Es, sin lugar a dudas, la mejor parte del libro y aquella en que es más reconocible el estilo de Waugh.

El resto del libro nos relata el viaje alucinado hacia Ceilán de un Pinfold que oye continuamente voces que sólo existen en su cabeza y que porfía con ellas, “descubriendo” supuestas conspiraciones varias. Esta parte, la de mayor extensión, está escrita con la maestría propia de Waugh y se mantiene fiel en todo momento a lo que realmente sucedió, pero su interés, más allá de los estudiosos de Waugh, es dudoso. Narrativamente se ve lastrada además por el hecho de que sabemos desde el principio que no se nos está hablando más que de alucinaciones, lo cual hace que llegue a ser tediosa en ciertos momentos.

La edición de Homo Legens es magnífica, aportando un apéndice con documentos que completan la obra, tales como entrevistas y artículos del propio Waugh, reseñas de la época y testimonios de sus vecinos, que conocieron el episodio real de primera mano. No obstante, esto no altera el juicio anterior de que estamos principalmente ante una obra sólo apta para entusiastas seguidores de Waugh que no quieren perderse nada de lo que escribió este genio.

La prueba de fuego de Gilbert Pinfold. Evelyn Waugh. Homo Legens. 245 páginas

1984. George Orwell.

1984 es la distopía más célebre y la obra más relevante de George Orwell, por lo que casi todo el mundo, aún sin haberla leído, conoce vagamente su argumento y utiliza referencias a ella cada vez que tiene que advertir de los peligros de un Estado que se inmiscuye crecientemente en la vida de sus ciudadanos (¿o deberíamos mejor decir súbditos? ¿O incluso mejor, esclavos?). Lo cierto es que, por ejemplo, la referencia al Gran Hermano ha pasado ya al imaginario colectivo, como algún deplorable programa televisivo ha confirmado.

Pero lo cierto es que cualquier adulto debería leer esta obra tremenda y desoladora (y digo adulto con pleno convencimiento). En ella Orwell vertió su experiencia sobre los mecanismos bajo los que operaba el totalitarismo marxista: las imágenes de Trotsky y Stalin son fácilmente reconocibles, así como la invariable costumbre de las recurrentes purgas y los juicios autoacusatorios o los niños delatores. Sin embargo Orwell fue más allá, llevando los postulados totalitarios hasta sus últimas consecuencias, creando de este modo una sorprendente mezcla de experiencia real con profetismo futuro.

El mundo que nos presenta Orwell es un mundo gris, inhumano, despiadado. Toda la obra se mueve en ese ambiente, opresivo, que se presenta como muy real y que, por ello mismo, hace de este libro todo lo contrario de una obra agradable.

Un sólo resquicio parece capaz de romper el frío mundo totalitario, la naturaleza en su estado más primigenio, el deseo sexual más animal, lo que da pie a alguna cruda escena al respecto. Pero ni así, incluso esta pulsión, tan primaria, acabará siendo sometida por un régimen totalitario perfecto (o que al menos lo parece).

Orwell fue especialmente brillante en su análisis y exposición del uso político, degradante y de vital importancia, del lenguaje, del control totalitario de todos los aspectos de la vida, de las consecuencias últimas de un relativismo absoluto para el que no existe ninguna verdad fija y donde el pasado es reescrito constantemente y, de este modo, desaparece (sí, las leyes de memoria histórica también son anunciadas en esta visionaria obra).

El resultado final, lo decíamos, es un relato sutil y profético, indispensable para comprender el siglo pasado y, cada vez más, también el actual, que es al mismo tiempo perturbador y desolador. Este último rasgo nace de la desesperanza radical que late en todo el libro de Orwell. Si conservaba aún alguna esperanza (en los primitivos proletarios, por ejemplo, como lo hace el propio protagonista, Winston Smith), el desarrollo del libro acaba por desembocar en el desengaño más absoluto. Atroz, ciertamente, pero lúcido y confirmado por la experiencia, que cada vez más enseña cuán vana es toda esperanza meramente humana.

1984. George Orwell. Destino

Morfina. Mijaíl Bulgákov

Bajo el título de Morfina se recogen una serie de relatos breves escritos por Mijaíl Bulgákov que tienen en común el que todos ellos nacen de su experiencia como joven médico rural en la Rusia de finales de la primera década del siglo XX. Pero no encontraremos aquí referencias a los hechos políticos que sacudieron el país en esa época y de los que en la perdida aldea donde el joven médico fue destinado tras acabar sus estudios en Moscú casi ni se oía hablar. Nos encontraremos, en cambio, con una serie de relatos magistralmente escritos, que se leen con gran placer y provecho. Y cuando digo que están magistralmente escritos no estoy empleando una frase hecha, sino que me estoy refiriendo a esa cualidad que hace que un texto te atrape, que no te suelte hasta el final y te deje siempre con ganas de más.

Los relatos son breves; por suerte, porque si no, no haríamos otra cosa que leer, o por desgracia, porque vemos cómo el libro se va acercando peligrosamente su final. No obstante, esa brevedad no impide que alcancen un grado de plenitud que no es muy frecuente. Los personajes son de carne y hueso, sufrimos y nos alegramos con ellos, especialmente con ese joven y novato doctor que tiene que tomar una serie de decisiones y afrontar una serie de situaciones que a cualquiera echarían para atrás. Además, de forma casi milagrosa, consigue salir airoso de ellas, muchas veces no tanto por lo aprendido en los libros como por su instinto médico. De hecho, una de las enseñanzas de este libro es que la medicina no es una ciencia abstracta, sino que se aplica en personas concretas y en la que el sentido común es decisivo.

Curiosamente el libro recibe su nombre del título del último de los relatos, Morfina, basado en la experiencia del propio Bulgákov, quien sufrió y pudo superar una adicción a la morfina. Es este último relato el más diferente, quizás también el único al que se le puede achacar una cierta artificiosidad, pero que no estropea para nada un libro que disfrutarán aquellos amantes de la buena escritura, y que por supuesto nadie relacionado con la medicina debería de perderse.

Morfina. Mijaíl Bulgákov. Anagrama. 142 páginas

El Río. Rumer Godden

El Río, escrito por Rumer Godden, recoge los recuerdos de infancia esta escritora, una infancia transcurrida en la India colonial donde su padre y toda la familia con él se instalaron por motivos profesionales. El libro, intimista y delicado, impresionó al director de cine francés Jean Renoir, quien lo llevó a la gran pantalla, convencido de que constituía, en palabras suyas, “un tributo a la India y a la infancia”.

Y en efecto, estamos ante un bello y muy bien escrito tributo, un tributo a la memoria de una infancia feliz, aunque tampoco se nos ahorren los momentos difíciles, los disgustos, incluso las tragedias, todas ellas partes insustituibles de una vida plena. Pero además del retrato personal, estamos también ante el retrato de una época, de un ambiente, de una sociedad, la de la India británica posterior a la Primera Guerra Mundial, que es retratada magistralmente a partir del microcosmos de esta familia inglesa en un pequeño pueblo indio, a orillas de un río cuyo transcurrir deviene símbolo de la misma vida.

El Río ofrece a nuestra contemplación reflexiones en torno a la infancia, a la relaciones entre hermanos, al paso de esa infancia a la juventud, con el descubrimiento de nuevos sentimientos, de nuevos anhelos, y también de nuevos disgustos y decepciones. Especialmente fino es el retrato psicológico de lo que separa a dos hermanas, una ya admitida entre los adultos y otra que está dando sus primeros pasos en ese mundo.

Godden, lo hemos dicho ya, escribe bien, muy bien. No sólo destaca en la descripción de ese mundo que fue el suyo, sino que los diálogos están magistralmente compuestos y transmiten una gran credibilidad. Eso sí, estamos ante una obra que se recrea en mostrarnos unas personas, con sus sentimientos, con sus ideas, que crecen, y donde la trama es eso y poco más. No estamos diciendo que no ocurra nada, ocurren cosas, algunas incluso de gran dramatismo. Pero la trama no es eso: ocurren y ya está, la vida sigue adelante. Por lo tanto el libro, que gustará aquellas personas que disfrutan pausadamente de la buena escritura, es posible que deje insatisfechos a aquellos que buscan un desenlace a las peripecias de los protagonistas.

 

El Gran Gatsby. Francis Scott Fitzgerald.

Probablemente muchos asociarán El Gran Gatsby con la película, protagonizada en su día por Robert Redford, o con el reciente remake con Leonardo Di Caprio, basada en esta novela de Francis Scott Fitzgerald. Sin entrar aquí en el terreno de la crítica cinematográfica, creo sinceramente que quienes no han leído el libro se han perdido una gran obra.

El Gran Gatsby narra una red de relaciones tejida en torno a Jay Gatsby, un misterioso y fascinante millonario, y a Daisy, una atractiva, rica y frívola mujer. La acción sucede entre Long Island y Nueva York en los felices años Veinte y toda ella es un reflejo de la alta sociedad de la época. Las fiestas, el adulterio, la frivolidad, la incapacidad para el compromiso, la imposibilidad de detener el paso del tiempo, el arribismo, la deslealtad, el juego sucio y la mentira, eso sí, en envoltorio de lujo, son las piezas que dan forma a esta espléndida novela, retrato de un tiempo y de un lugar pero al mismo tiempo de alcance universal.

Scott Fitzgerald no escribió una novela especialmente moralizadora, pero su finura a la hora de retratar los tipos y situaciones en toda su crudeza dotan a esta novela de una poderosa carga moral (¿hay algo más moral que exponer la verdad?).

La escritura, elegante y comedida, junto a una trama muy bien planteada y un ritmo perfecto, hacen de El Gran Gatsby una grandísima novela.

El Gran Gatsby. Francis Scott Fitzgerald. Sexto Piso. 168 páginas

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