search
top

Vida de Dostoyevski por su hija, Aimée Dostoyevski.

¿Cuáles son los rasgos de una buena biografía? Sin ser exhaustivos, seguro que todos estaríamos de acuerdo en que se requiere una magnífica documentación, cercanía emocional con el biografiado, buen conocimiento del contexto en el que se desarrolla su vida, un ritmo narrativo que sintetice lo esencial sin irse por las nueves pero que no pase por alto anécdotas jugosas. Ah, y muy importante, que el personaje tenga envergadura (a veces, por mucho que se empeñe el escritor, su biografiado no da para más, como suele suceder con tantos políticos o celebridades famosas por no se sabe qué).La vida de Dostoyevski escrita por su hija es, en muchos aspectos, ejemplar de lo dicho hasta ahora. La cercanía a su padre es máxima y aunque Aimée sólo vivirá con su padre los años de su infancia, es evidente que éste marcó su forma de ver y entender la vida, como también lo hizo con su madre y esposa de Dostoyevski, plenamente identificada con su marido aun muchos años después de su muerte. Aimée, además, conoce bien el entorno en que se mueve y nos sumerge en una época, la de la segunda mitad del siglo XIX en Rusia, en la que estaban germinando las semillas destructivas del nihilismo que eclosionarían con la Revolución Rusa y que Dostoyevski profetizó con clarividencia singular.

En cuanto a la envergadura del personaje, ésta es indudable: Dostoyevski tiene una vida de novela, desde su juventud, con asesinato de su padre a manos de sus siervos y viajes por Europa incluidos, pasando por su condena en Siberia y acabando en su magnífico entierro, rodeado de la admiración de todo un país y convertido en emblema de la corriente eslavófila. Además, descubriremos que gran parte de los personajes y de las situaciones de las novelas de Dostoyevski están directamente extraídos de la propia vida del escritor, tan rica en avatares. Así, y a tenor de una opinión transmitida dentro de la familia Dostoyevski, el autor se retrató a sí mismo con veinte años en Iván Karamazov, mientras que Dimitri es el Dostoyevski de después de su presidio en Siberia, como fue también el jugador y como la mujer caprichosa que aparece en varias de sus obras no es más que el retrato, apenas disimulado, de su amante Paulina.

Las ideas de Aimée se identifican precisamente con esta eslavofilia y a menudo son pintorescas, especialmente en lo que se refiere a su visión de la Revolución Rusa o a su insistencia en insistir en el peso de la raza, que a veces llega a ser pesada , como cuando analiza qué rasgos de su padre que serían supuesta herencia de la raza normanda lituana y cuáles son plenamente rusos (lo cual, por otro lado, nos da una idea de cuán extendidas y cuán normales eran estas ideas en el primer tercio del siglo XX). Pero, y esto es importante, con la excepción de algún pasaje aislado, la visión de Aimée nunca llega a distorsionar la figura del biografiado e incluso lo que nos explica de él viene a poner en duda algunas de sus apreciaciones.

De este modo se va resquebrajando el cliché, empobrecedor, que tenemos de Dostoievski. La figura severa y atormentada deja paso a un escritor tierno con su familia y en paz con Dios, ajeno por completo a las habladurías y a los honores, tanto los de la alta sociedad como los de la república de las letras. En vez de un eslavófilo cerril, refractario a todo lo que provenga de Europa, Dostoievski aparece como plenamente europeo (hablaba en francés con su padre, insistía en leer a sus hijos obras de Walter Scott y de Dickens), mucho más que su propia patria, y además enamorado del arte de la Europa cristiana. Lejos de ser un salvaje de la estepa, gusta de embelesarse en Italia y admira durante horas el Duomo de Milán y en vez de iconos prefiere trabajar bajo la mirada de una madona italiana del Renacimiento, la Madona Sixtina de Rafael. Del mismo modo, su interés hacia la Iglesia católica, si bien no exento de prejuicios, nos muestra a un Dostoievski mucho más cercano a ella de lo que se suele afirmar, a medio camino en un tránsito que su discípulo predilecto, Vladimir Soloviev, acabaría por concluir y que inspiraría el personaje de Aliosha Karamazov.

Interesante es también la relación entre Dostoievski y Tolstoi: presentados como polos opuestos e irreconciliables, descubrimos que se apreciaban mutuamente y se deshacían en elogios, sinceros, el uno con el otro, a cada nuevo libro que publicaban. Conscientes, no obstante de sus diferencias, y temerosos de que un encuentro cara a cara echase a perder la admiración y el respeto mutuo, nunca pasaron de una relación epistolar. En cualquier caso, la alternativa entre Tolstoi o Dostoievski les hubiese parecido algo propio de brutos y hubiesen replicado que prescindir de uno de los dos es automutilarse con graves consecuencias. La ayuda que sus dos viudas se prestaron para conseguir perpetuar la memoria de sus maridos es una historia entrañable que desmonta varios tópicos.

Una última apreciación: una buena biografía, cuando aborda la figura de un escritor, debería despertar el interés hacia su obra. Ésta lo hace con creces y, aunque no sea perfecta, destila un amor hacia Dostoyevski y su obra tal que mueve al lector a querer leer sus obras. Creo que no puede haber mayor homenaje.

Vida de Dostoyevski por su hija, Aimée Dostoyevski,  El Buey Mudo, Madrid, 2011.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

*

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>

top