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La Casa del Ángel de la Guarda, Kathy Clark.

La Casa del Ángel de la Guarda narra la vida de dos niñas judías húngaras, Susan y Vera, escondidas junto a muchas otras en un convento en Budapest durante la Segunda Guerra Mundial. Una historia de judíos, nazis, monjas, sufrimiento, amistad, familia, persecución, miseria y grandeza moral. Una historia como tantas otras, pensarán algunos, pero se equivocan.

La Casa del Ángel de la Guarda es una historia especial porque es una historia verdadera y porque el relato es fiel a ella. Y nos descubre que la realidad no necesita exagerar ni adoctrinar, sucede y punto. Así, la verdadera historia de la familia de Susan y Vera es dura, durísima, como lo fue la de los judíos húngaros especialmente entre 1944 y 1945, pero no es truculenta ni la autora (hija y sobrina de las protagonistas) se desliza en ningún momento hacia el panfleto ideológico. De hecho, los momentos críticos son pocos y el relato acompaña a las pequeñas y desconcertadas niñas judías a lo largo de su vida cotidiana escondida detrás de los muros de un convento de monjas, una especie de oasis en medio de la destrucción, que se verá afectado por lo que sucede extramuros pero que será violado sólo en una ocasión.

Si, como hemos dicho, la fuerza del libro reside en que nos narra una historia real sin necesidad de cargar las tintas en un sentido o en otro, el tratamiento de la actuación de las monjas católicas que se juegan su vida para salvar a numerosas niñas judías, explicado con sobriedad y realismo, es una carga de profundidad contra quienes se han empeñado en hacernos creer que hubo complicidad por parte de la Iglesia con los nazis (lo que no significa que no hubiera católicos débiles que miraron para otro lado o incluso colaboraron con el nazismo, como colaboraron con el comunismo o con otras perversas ideologías). Pero la historia de generosidad, de amistad, de respeto hacia las niñas judías, su identidad y su religión (respeto que no está reñido con afirmar con claridad el credo católico, al contrario) arrojan un poco de luz a una cuestión que ha sufrido tanta manipulación en tiempos recientes.

La historia, por otro lado, está bien explicada y resulta entrañable. Los personajes, Susan y Vera, sus padres, la “tía” Isi, una amiga católica de la familia que resulta clave tanto para la salvación de las niñas como para el inicio de una nueva vida, acabada la contienda, en el lejano Canadá, su prima Julia, las monjas, en especial la hermana Inés, las niñas refugiadas en esa “Casa del Ángel de la Guarda”,  Lena, la refugiada gitana, todos tienen unos perfiles bien definidos y transmiten veracidad, algo que la autora consigue con un estilo sencillo, nada pretencioso, comedido e intimista a un tiempo.

En tiempos de cerrazón ideológica es de agradecer que se publiquen libros como éste, que con su sencillez y explicándonos tal cual lo sucedido a unas niñas judías de Budapest nos ayudan a comprender mejor y a darnos cuenta de que mucho de lo que nos explican sobre ese periodo infausto de la historia es mercancía adulterada.

Especialmente indicado para interesados en conocer la realidad de la persecución contra los judíos en Hungría y amantes de las historias familiares.

La Casa del Ángel de la Guarda. Kathy Clark. Bambú. Colección Bambú Vivencias. 248 págs.

La incomparable Isabel la Católica. Jean Dumont

Quienes acudan al magistral libro del hispanista francés Jean Dumont en busca de una biografía de la Reina Católica (por cierto, título que no se debe a los forofos de Isabel sino que fue formalmente otorgado por el Papa) donde conocer todos los pormenores de la vida de la reina se habrán equivocado. Porque el libro es otra cosa, ni mejor ni peor, simplemente otra: un repaso y un balance a los principales hechos y decisiones políticas que nos sirven para comprender toda una época que, además, es clave para entender España y, en cierto modo, el mundo en que vivimos. Que, tras su lectura, aparezca la figura de una reina prudente, visionaria, decidida, valiente y, como quien no quiere la cosa, santa, es el resultado final de ese balance, sugerido por los datos más que afirmado, y que alejan este libro del género hagiográfico, pues de un libro de historia, y rigurosa, se trata.

Y es que uno de los rasgos que definen este trabajo de Dumont es su rigor, su dominio de toda una época, y la cantidad de datos concretos que van apuntillando sus afirmaciones y juicios; y esto sin caer nunca en el academicismo, pues el libro se lee con gusto y está destinado a un lector culto pero no necesariamente académico. Dumont, por otra parte, no rehúye las cuestiones polémicas, al contrario, las aborda de frente y en muchas ocasiones en abierto y documentado desacuerdo con algunos de los historiadores más reputados, que salen malparados ante el rigor del autor. En este sentido destacan las numerosas desautorizaciones al también francés Joseph Pérez, al que Jean Dumont reconoce los méritos, cuando los tiene, pero al que desarbola cuando sostiene datos erróneos o realiza comentarios sesgados.

Otro de los grandes méritos del libro es su capacidad para comprender la época y explicar las motivaciones de las decisiones que toma Isabel. Aquí lo fácil, y lo más común, es juzgar desde nuestra mentalidad en un ejercicio de anacronismo que da lugar a pésimos resultados. También se puede caer en el vicio contrario de aceptar acríticamente todo lo que hizo esta brillante estadista. Dumont no hace ni una cosa ni la otra: primero intenta comprender la situación, los condicionantes, las alternativas reales, para luego explicarnos el camino que tomó la Reina, su lógica y motivaciones. Algunas decisiones nos aparecen como innegablemente acertadas, otras como más grises, disyuntivas difíciles en las que resulta difícil emitir un juicio, pero nunca se erige en un juez moderno que reparte sentencias de culpabilidad desde el confort de nuestro presente.

Los aspectos que aborda el libro son capitales: desde la infancia y juventud de Isabel con su accidentado acceso al trono de Castilla y su matrimonio de amor y estrategia a un tiempo, hasta los principales hitos de su reinado: conquista de Granada, expulsión de los judíos, problema morisco, instauración de la Inquisición, descubrimiento y evangelización de América (por cierto, Cristóbal Colón no sale muy bien parado). Aunque no sea el tema más crucial, el capítulo dedicado a la labor de mecenazgo de Isabel la Católica sobre las artes es impresionante y echa por tierra la imagen tópica de un reinado oscurantista. No parece exagerado decir que la España de los Reyes Católicos fue el centro mundial del arte, hecho que confirman los numerosísimos artistas que desde toda Europa vinieron a la península para enriquecerla en lo que se conoció como estilo isabelino. También resultan sumamente reveladoras las páginas dedicadas a la Inquisición y al problema de los conversos judaizantes, que nos dan una visión ecuánime y desapasionada de un tema muy delicado, resultando en una visión muy diferente de las comúnmente aceptadas. En suma, estamos ante un magnífico libro de historia que nos ayuda a comprender toda una época, aunque el título pueda llevarnos a engaño.

La incomparable Isabel la Católica. Jean Dumont. Ediciones Encuentro, 242 págs.

Vida de Dostoyevski por su hija, Aimée Dostoyevski.

¿Cuáles son los rasgos de una buena biografía? Sin ser exhaustivos, seguro que todos estaríamos de acuerdo en que se requiere una magnífica documentación, cercanía emocional con el biografiado, buen conocimiento del contexto en el que se desarrolla su vida, un ritmo narrativo que sintetice lo esencial sin irse por las nueves pero que no pase por alto anécdotas jugosas. Ah, y muy importante, que el personaje tenga envergadura (a veces, por mucho que se empeñe el escritor, su biografiado no da para más, como suele suceder con tantos políticos o celebridades famosas por no se sabe qué).La vida de Dostoyevski escrita por su hija es, en muchos aspectos, ejemplar de lo dicho hasta ahora. La cercanía a su padre es máxima y aunque Aimée sólo vivirá con su padre los años de su infancia, es evidente que éste marcó su forma de ver y entender la vida, como también lo hizo con su madre y esposa de Dostoyevski, plenamente identificada con su marido aun muchos años después de su muerte. Aimée, además, conoce bien el entorno en que se mueve y nos sumerge en una época, la de la segunda mitad del siglo XIX en Rusia, en la que estaban germinando las semillas destructivas del nihilismo que eclosionarían con la Revolución Rusa y que Dostoyevski profetizó con clarividencia singular.

En cuanto a la envergadura del personaje, ésta es indudable: Dostoyevski tiene una vida de novela, desde su juventud, con asesinato de su padre a manos de sus siervos y viajes por Europa incluidos, pasando por su condena en Siberia y acabando en su magnífico entierro, rodeado de la admiración de todo un país y convertido en emblema de la corriente eslavófila. Además, descubriremos que gran parte de los personajes y de las situaciones de las novelas de Dostoyevski están directamente extraídos de la propia vida del escritor, tan rica en avatares. Así, y a tenor de una opinión transmitida dentro de la familia Dostoyevski, el autor se retrató a sí mismo con veinte años en Iván Karamazov, mientras que Dimitri es el Dostoyevski de después de su presidio en Siberia, como fue también el jugador y como la mujer caprichosa que aparece en varias de sus obras no es más que el retrato, apenas disimulado, de su amante Paulina.

Las ideas de Aimée se identifican precisamente con esta eslavofilia y a menudo son pintorescas, especialmente en lo que se refiere a su visión de la Revolución Rusa o a su insistencia en insistir en el peso de la raza, que a veces llega a ser pesada , como cuando analiza qué rasgos de su padre que serían supuesta herencia de la raza normanda lituana y cuáles son plenamente rusos (lo cual, por otro lado, nos da una idea de cuán extendidas y cuán normales eran estas ideas en el primer tercio del siglo XX). Pero, y esto es importante, con la excepción de algún pasaje aislado, la visión de Aimée nunca llega a distorsionar la figura del biografiado e incluso lo que nos explica de él viene a poner en duda algunas de sus apreciaciones.

De este modo se va resquebrajando el cliché, empobrecedor, que tenemos de Dostoievski. La figura severa y atormentada deja paso a un escritor tierno con su familia y en paz con Dios, ajeno por completo a las habladurías y a los honores, tanto los de la alta sociedad como los de la república de las letras. En vez de un eslavófilo cerril, refractario a todo lo que provenga de Europa, Dostoievski aparece como plenamente europeo (hablaba en francés con su padre, insistía en leer a sus hijos obras de Walter Scott y de Dickens), mucho más que su propia patria, y además enamorado del arte de la Europa cristiana. Lejos de ser un salvaje de la estepa, gusta de embelesarse en Italia y admira durante horas el Duomo de Milán y en vez de iconos prefiere trabajar bajo la mirada de una madona italiana del Renacimiento, la Madona Sixtina de Rafael. Del mismo modo, su interés hacia la Iglesia católica, si bien no exento de prejuicios, nos muestra a un Dostoievski mucho más cercano a ella de lo que se suele afirmar, a medio camino en un tránsito que su discípulo predilecto, Vladimir Soloviev, acabaría por concluir y que inspiraría el personaje de Aliosha Karamazov.

Interesante es también la relación entre Dostoievski y Tolstoi: presentados como polos opuestos e irreconciliables, descubrimos que se apreciaban mutuamente y se deshacían en elogios, sinceros, el uno con el otro, a cada nuevo libro que publicaban. Conscientes, no obstante de sus diferencias, y temerosos de que un encuentro cara a cara echase a perder la admiración y el respeto mutuo, nunca pasaron de una relación epistolar. En cualquier caso, la alternativa entre Tolstoi o Dostoievski les hubiese parecido algo propio de brutos y hubiesen replicado que prescindir de uno de los dos es automutilarse con graves consecuencias. La ayuda que sus dos viudas se prestaron para conseguir perpetuar la memoria de sus maridos es una historia entrañable que desmonta varios tópicos.

Una última apreciación: una buena biografía, cuando aborda la figura de un escritor, debería despertar el interés hacia su obra. Ésta lo hace con creces y, aunque no sea perfecta, destila un amor hacia Dostoyevski y su obra tal que mueve al lector a querer leer sus obras. Creo que no puede haber mayor homenaje.

Vida de Dostoyevski por su hija, Aimée Dostoyevski,  El Buey Mudo, Madrid, 2011.

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