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La casa de Matriona. Incidente en la estación de Kochetovka. Alexander Solzhenitsyn

Tanto La casa de Matriona como Incidente en la estación de Kochetovka son dos relatos cortos basados en la propia experiencia de Solzhenitsyn en dos momentos de su vida: el intento de reintegrarse a la vida “normal” a mediados de la década de los 50, después de su experiencia en el Gulag, y la retaguardia durante la Segunda Guerra Mundial.

Ambos relatos son pequeñas obras maestras en las que todo parece fluir con facilidad. Las descripciones, tanto de lugares como de personas, nos sitúan rápidamente en el escenario donde se mueven unos personajes que a través de pequeños gestos, pensamientos y de lo que van revelando en conversaciones, adquieren dimensión propia al cabo de pocas páginas. La escritura es realista, atenta al detalle, sin caer nunca en lo desagradable, y fluye con una muy conseguida combinación de delicadeza y vigor.

Estos rasgos hacen que fácilmente podamos pensar que estamos ante unos relatos anecdóticos, escenas que se exponen ante nuestros ojos sin mayores pretensiones. Pero la maestría de Solzhenitsyn reside precisamente en mostrar mucho, muchísimo, a través de la exposición de unas situaciones que podrían parecer periféricas y sin importancia, y que sin embargo nos lo dicen todo, tanto acerca de la vida bajo el comunismo como de lo que da sentido a nuestra vida.

Estamos pues ante una auténtica y artística vivisección del mundo comunista, ante el que la única salida está en la actitud sencilla y volcada en el prójimo, cristiana en una palabra, de la vieja Matriona, despreciada por todos pero que supone un dique contra la maldad que se apodera del mundo. En el caso de la estación de Kochetovka conoceremos cómo el ambiente de desconfianza y delación que caracteriza a la sociedad comunista provoca que gente que por otra parte no es especialmente malvada, incluso todo lo contrario, acabe cometiendo atroces injusticias.

Dos pequeños relatos que valen su peso en oro y que ofrecen material para la reflexión pausada y fructífera.

La casa de Matriona. Incidente en la estación de Kochetovka. Alexander Solzhenitsyn. Tusquets. 194 páginas.

El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartín Fenollera

El despertar de la señorita Prim, de Natalia Sanmartín Fenollera, podría parecer a primera vista una novela más de entre los muchos bestsellers facilones y sentimentales que tanto abundan y con los que no vale la pena perder ni un minuto. Sería un gravísimo error, pues estamos ante una novela inteligente, bien escrita y que aunque se lee con placer no es para nada superficial.

La narración sigue la vida de Prudencia Prim, contratada como bibliotecaria por un hombre singular, el hombre del sillón, que vive en un pequeño pueblo, San Ireneo de Arnois, junto a sus cuatro sobrinos. La señorita Prim pronto comprenderá que el pueblo y sobre todo sus pobladores son atípicos, que han ido a parar a una especie de refugio rural para personas que huyen del mundo moderno para vivir unas vidas más humanas. Un pueblo distributista al estilo de Chesterton que provoca la envidia del lector, quien en más de una ocasión desearía de todo corazón mudarse a ese San Ireneo soñado.

El libro une a Chesterton otras fuentes de inspiración más o menos evidentes: Jane Austen, C.S. Lewis (que la autora ha reconocido que tomó, parcialmente, como modelo del hombre del sillón), Dostoievski… Pero el gran logro de Natalia Sanmartín es que no estamos ante una novela en la que la tesis, que existe, ahogue el relato, sino que éste toma vida propia, coherente y natural y consigue que el pueblo, su entorno, sus gentes y las peripecias que allí vive la señorita Prim sean creíbles y, a menudo, muy divertidas, sin dejar por ello de ofrecer material para la reflexión.

El relato tiene una primera parte en la que prima el descubrimiento progresivo de la casa y del pueblo en los que la señorita Prim se ha instalado, lo que da pie a numerosas situaciones hilarantes, mientras que la segunda parte del libro va dejando paso a un mayor protagonismo de las cuitas sentimentales de Prudencia Prim y, en torno a las mismos, a una reflexión sobre lo que es y supone el amor matrimonial y una visión trascendente de la vida.

La obra está repleta de referencias literarias pero nunca se hace pesada y fluye con naturalidad, en parte gracias a unos diálogos muy bien perfilados. Si algún pero se le puede poner es su final, que sugiere más que explica, pero que en ningún caso estropea una magnífica y antimoderna novela.

El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartín Fenollera. Planeta. 350 páginas.

 

Centauros del desierto. Alan Le May

Valdemar ha emprendido una de las aventuras editoriales más interesantes de los últimos tiempos, no exenta de riesgo: recuperar para el lector, se supone que un poco culto, las obras maestras de la literatura del western. Sí, han leído bien, historias de vaqueros, con unos cuantos indios normalmente. Y sí, no se trata de novelas de quiosco (muy dignas, por cierto, y donde se encuentra alguna pequeña joyita) sino de obras cumbres de la literatura norteamericana o, mejor dicho, de la literatura a secas.

Una apuesta por un género que a muchos provocará un cierto recelo. Creemos que ya lo sabemos todo sobre el Lejano Oeste,  que lo hemos visto todo en las miles de películas de vaqueros que hemos contemplado, mayoritariamente después de comer. Pero no es así. La lectura de un clásico como Centauros del desierto (que en realidad se titula The Searchers, pero para la que Valdemar ha mantenido el título cinematográfico con que se conoce la obra en España) lo demuestra ya desde las primeras páginas, que arrancan con una fuerza expresiva excepcional.

Y es que al leer este libro uno entiende porqué el gran maestro que fue John Ford se fijo en él: una obra que alcanza cotas sublimes y que iguala como mínimo a la genial película. Estamos ante una obra de género, con todos sus códigos, que se respetan escrupulosamente y que, de paso, nos entrega una valiosa información sobre el modo de vida en la frontera de Texas en la época de los últimos enfrentamientos con los comanches. Pero lo que uno descubre es que el género, en este caso el western, es un camino igualmente válido (si no más) para tratar los temas universales que afectan al hombre. El amor, la venganza, la amistad, la lealtad, el compromiso, las ambiciones, el remordimiento… van desfilando ante nuestros ojos de un modo vívido y para nada abstracto a lo largo de las idas y venidas de un par de cowboys emperrados en un imposible.

Lectura seria y adulta, que recupera definitivamente un género ya universal y que constituye una de las joyas de la rica narrativa estadounidense.

Centauros del desierto. Alan Le May. Valdemar. 368 páginas.

Becket ou L’Honneur de Dieu. Jean Anouilh.

El escritor francés Jean Anouilh tomó la conocida historia de Santo Tomás Becket para armar una brillante y apasionante obra de teatro (que luego sería llevada a la pantalla cinematográfica en 1964 por Peter O’Toole, Richard Burton y John Gielgud entre otros).

La obra toma lo esencial del enfrentamiento entre Enrique II Plantagenet y Tomás Becket, si bien incurre en algunas inexactitudes históricas, que el mismo autor reconoció, pero que en ningún caso afectan al núcleo del libro. Estamos ante un escrito especialmente conseguido, por cuanto el lector actual sabe desde el primer momento cual será el desenlace de la historia y sin embargo queda atrapado por una obra ágil, que desborda vida y que al mismo tiempo ofrece espacio para la reflexión profunda. Anouilh funda su obra en la tensión que se crea entre Becket y el Rey, una tensión que ya se vislumbra en el periodo en el que Becket es el hombre de confianza del Rey y que estalla a partir de su elección para el cargo de Arzobispo de Canterbury. El retrato psicológico de estos dos hombres es magnífico, solamente igualado, a mi parecer, por el de quien es quizás el secundario de mayor relieve, el rey Luis de Francia.

Pero junto a esta batalla entre estos dos personajes fuertes, la obra nos ofrece una profunda y muy actual reflexión en torno a la naturaleza del poder político, a su tendencia naturalmente expansiva, y a la resistencia que ofrece la Iglesia, no dependiente de nadie más que de Dios y cuya única fuerza es su capacidad de decir no.

Creo que no hay disponible ninguna versión en español de esta obra, por lo que quien quiera disfrutar de la misma tendrá que acudir a versiones antiguas o a su versión original en francés. Quienes estén en condiciones de hacerlo, que no pierdan un segundo más. Lectura provecha para el alma y el intelecto.

Becket ou L’Honneur de Dieu. Jean Anouilh. Folio. 160 páginas

Lord Jim. Joseph Conrad

Lord Jim, una de las obras más célebres de Joseph Conrad, es uno de esos libros que dejan poso y cuyo personaje principal entra a formar parte de la gran familia de héroes novelescos que ya no se borrarán de nuestro imaginario literario.

La novela narra los sucesos que narran la vida de Jim, principalmente su momento nefasto a bordo del Patna, un barco que transporta peregrinos musulmanes a la Meca, y sus aventuras en Patusán. La estructura es compleja, combinando la narración de su amigo Marlow (sí, el mismo del Corazón de las tinieblas), cartas y conversaciones, con varios flashbacks y un avanzar proceloso que nunca cae en la aceleración y que va fluyendo de modo tranquilo y seguro. Esa estructura y la longitud del libro lo harían probablemente pesado en manos de otro escritor, pero Conrad narra de maravilla y consigue que nos sumerjamos en ese contar que en Conrad es tan natural como el respirar.

Aunque muchas veces se haya calificado a Lord Jim como novela de aventuras, es mucho más y uno está tentado de ubicarla en la estirpe de Moby Dick. En efecto, hay aventuras en el Índico y en las islas del Pacífico, pero hay algo mucho más importante: un momento de flaqueza que marca una vida entera y la lucha por redimirse del mismo, que llegará como un regalo de la Providencia por mucho que esté envuelto bajo trazos de tragedia. El tema, pues, es de raigambre cristiana y plantea esencialmente la cuestión insoslayable de la redención, de cómo salvar una vida, y del sacrificio que esto puede comportar, al tiempo que nos recuerda que toda falta es susceptible de ser perdonada, que no hay condenación irremisible.

No estamos ante un libro superficial ni facilón, sino ante una obra de literatura con mayúscula que debería formar parte del patrimonio de lecturas de todo aquel que aspire a tener un cierto bagaje cultural.

Lord Jim. Joseph Conrad. Pre-Textos. 508 páginas

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